El niño más inteligente del mundo está en Macondo

El niño más inteligente del mundo está en Macondo

Llegará un tiempo en que temeré que mi niño se pare a observar la cópula de dos moscas y nos digan a ambos que eso no se hace.


Temeré que lo separen de mí porque asegure que si arquea una ceja consigue de regalo una sonrisa, que es como una galleta de chocolate cuando se está hambriento pero, en cambio, no sepa la raíz cuadrada de 49 o el abc en inglés.

 

Hará preguntas que ningún adulto sepa responder y por eso esté mal preguntar. ¿Por qué tienes barba en las orejas? O… ¿por qué son saladas las lágrimas si yo tomo agua dulce? ¿Estamos hechos de sal?


Que lo castiguen por decir que es mago y me encarcelen a mí por animarlo a concentrarse e intentar que todo el mundo se convierta en flor y él en su jardinero.


Aun así, entregaré mi vida por darle a mi niño un cerebro amplio en que quepa el big bang, los agujeros negros, las estrellas, el agua, todos los dioses, el mechón blanco de su perro, las ocho patas de las arañas, el musgo coqueto que nace entre las baldosas del patio del colegio, el lunar misterioso en la cara de la maestra que tiene forma de relámpago, cabrán sus poderes mágicos ilimitados para lograrlo todo (siempre y cuando los demás también ganen algo).


Lo educaré para que sepa que es más importante en la vida saber que las cucarachas son más fuertes que los
elefantes que el nombre de los ríos, que es más importante saber que no hagas lo que no quieres que te hagan y no sientas otra cosa que amor por todo. Más vale amor inútil que odio justo. Porque, ciertamente, aquellos que llegan lejos son los que sueñan dormidos y despiertos y actúan sin condicionarse de si están con los ojos cerrados o abiertos.


Le diré a mi niño que su misión es ser el mejor hombre del universo porque él es el hombre más poderoso del universo.


Como Gabriel García Márquez, mi niño irá conmigo todos los días a conocer el hielo como fue José Arcadio Buendía con su hijo Aureliano. Y cuando ya no me necesite iremos por separado, cada día, a conocer el hielo. Y cuando tenga hijos los llevará cada día a conocer el hielo. Y así nunca seremos mediocres sino seres que podrían pertenecer a cualquiera de los mundos infinitos del cosmos.

 

Por José Ángel Caperán

 

Psicólogo y coach en Gijón

Nº Col. O-01888

Twitter: @Jcaperan

Consultas y cita previa: jacaperan@gmail.com

C/Magnus Blikstad nº21 entresuelo D. Gijón.

Telf. 984 052 925

1 comentario

  • # Cándido Responder

    20/04/2014 15:14

    El deseo de aprender, la vocación de conocer. los grandes sentidos de la vida más allá de lo biológico. Esa fantástica transmisión del hambre y la sed de saber.

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