El viejo maestro griego Aeneas y su discípulo más joven, Sofronio, pelaban manzanas sentados a la puerta del templo cuando, a lo lejos, oyeron a sus compañeros, Odell y Adelphos, discutiendo enérgicamente por culpa de unas lindes poco claras entre las tierras de las dos familias. Odell se fue en dirección contraria con grandes aspavientos mientras su colega de gresca se acercaba a la pareja sentada junto a un montón de manzanas verdes.
El pequeño Sofronio brindó a su amigo una jugosa manzana. Adelphos la cogió de mala gana y la lanzó con fuerza al otro lado de la vía maldiciendo el momento que había elegido para ese gesto condescendiente: - ¿Te crees que tengo ganas ahora de comer? Mira lo que hago con tu maldita manzana - dijo mientras abandonaba el lugar refunfuñando.
Sofronio te quedó consternado: - ¿Por qué me ha tratado así, maestro? - preguntó al viejo Aeneas.
Aeneas se le quedó mirando extrañado: - No he visto que hablara contigo - dijo.
- ¡Pero si acaba de responder a mi regalo como si le estuviera ofrecido cicuta! - alzó la voz desesperado.
Sonriendo respondió: - Que yo sepa la manzana se la ha dado Odell - apostilló.
- Está intentando volverme loco ¿o qué? - gritó- ¡Se la he dado yo!
El viejo maestro respondió: - Él no te ha visto, los oídos para los que hablaba eran los de su contrincante de hoy. Por unos instantes te has convertido en Odell - dijo-, para ese cascarrabias ha sido el “maldito y odioso” Odell quien le ha entregado la manzana.
- Pero si me estaba mirando claramente- insistió desconcertado-, sabía que era yo y que sólo le estaba brindando un poco de fruta ¡si no le apetecía no tenía por qué tratarme así!
- ¿Y yo quién soy, mi pequeño Sofronio? ¿A quién estás hablando ahora mismo? - preguntó el maestro.
- Mi maestro ¿se cree que estoy ciego? - el joven comenzaba a sentir agotamiento ante tanta incomprensión.
- ¿Y cuántas personas estamos aquí? - siguió su provocación.
- ¿Pero qué dice? Somos dos: usted y yo.
- Falta uno, falta… Adelphos que está aquí, justo a mi izquierda, lo ves aunque no lo veas, lo ves porque lo sientes - dijo apoyándose en el hombro de su discípulo-. Crees que acaba de irse pero sigue aquí y es a él al que estás hablando aunque sea yo el que te responde - continuó guiñándole un ojo -. Pero a mí no me engañas, tus palabras no van conmigo y, por lo tanto, no me voy a sentir como si fuera Adelphos. Si quiere él escucharte que te sienta él también, yo soy viejo y tengo poco tiempo - señaló.
Sofronio permaneció en silencio un buen rato: - Entiendo maestro… Es más… Creo que también está aquí con nosotros mi padre que me ha regañado esta mañana… Creo que también puedo sentir a la bella Ariadna que saludé ayer y ni siquiera me miró…
- Demasiadas personas invisibles alrededor para que un viejo pueda razonar que tus palabras y tus gestos no le corresponden. Si no llego a darme cuenta de que no estoy solo aquí contigo hubiera cargado con tu victimismo y lo hubiera hecho propio. Dame sólo lo que a mí me corresponda. Y a los demás, en carne y hueso, lo que a ellos corresponda.
- Menos mal que usted puede ver a quien está presente pero es invisible, de lo contrario podría haberse enfadado conmigo - se disculpó.
- No vemos lo real, tus ojos sólo ven el mundo como un inmenso espejo donde se reflejan tus sentimientos. Como es dentro así es fuera. - sentenció.
- ¿Y cómo cambiamos nuestros sentimientos, maestro?
- Cambiando la realidad no el reflejo.
- Y ¿dónde está la realidad y dónde está el reflejo?
- En lugares opuestos a donde creíamos, hijo mío: la realidad está detrás de los ojos y el reflejo está delante.
- El mundo es un espejo - concluyó el joven Sofronio.
- Y detrás de los ojos de Adelphos hoy no hay más que un estercolero - bromeó pícaro el viejo.
Ambos rieron: - Pues es normal que diga que el mundo es una inmensa mierda de puerco.
Piensa y responde: Hay dos razones por las que tu vida es una mierda: o bien el mundo es una mierda (poco probable porque hay mucha gente que dice que es maravilloso y, salvo a las moscas, a nadie le gusta la mierda) o bien tu cerebro está lleno de mierda. ¿Cuál es el origen? ¿El mundo o tú mismo? ¿Por dónde empezamos?
José Ángel Caperán
Psicólogo y coach
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