La maldición del puente oculto

La maldición del puente oculto

Existió en otra era una raza de hombres iluminados que tenían el poder de tallar en el aire la imagen de cualquier deseo que tuvieran y hacerlo real. Sin embargo, este don se tornó pernicioso cuando sus pensamientos comenzaron a teñirse de celos y venganzas. El dios protector Chatkamo, ofendido por el mal hacer de su pueblo, decidió separar sus pensamientos de sus sueños y poner el extenso océano de por medio. El logro de sus anhelos se quedó en una isla, muy lejos de las vagas intenciones que pasaban por la mente de aquella tribu que acabo frustrada y cansada de que sus pensamientos no llegaran a más, que no fuera fácil lograrlo todo.

 

Las siguientes generaciones olvidaron las historia del castigo de Chatkamo y fueron asumiendo con total naturalidad que estaban condenados a una vida que venía de fuera, que los mecía como el viento al trigo sin que pudieran hacer nada, y sus deseos eran sólo espejismos absurdos que entretenían su memoria cuando estaban solos, como el sonido de las cigarras o los cuentos infantes. Aún así, de vez en cuando, veían a  indígenas aguerridos flotar sobre el agua, desaparecer en el horizonte y volver tras un tiempo con aquello que se propusieron lograr y que muchos habían ridiculizado, incluso boicoteado, en repetidas ocasiones. Muchos de aquellos cabezotas regresaban por fin con su objeto de deseo.

 

Mientras unos lograban traer sus sueños del otro lado del mar, en otros muchos germinaba la semilla de la envidia y en otros tantos, la de la desesperanza, hasta incluso aceptar que el dios había repartido la suerte de forma desigual y había bendecido sólo a algunos para poder volar y alcanzar la magia de convertir en realidad sus voluntades más férreas.

 

Uno de los soñadores mediocres, sin compromiso ni valentía, pero sí con la curiosidad de aprender, conoció la historia de la maldición tras leerla en unos pergaminos antiguos que había encontrado por casualidad en las horadadas rocas de un acantilado. Rezó entonces al dios para que construyera un puente para que todo el pueblo puede alcanzar la preciada isla.

 

-       ¿Y por qué, gran señor, no visionas un puente por el que podamos todos caminar hacia nuestros sueños? – preguntó.

 

El dios habló tras siglos de silencio:

 

-       Porque por él se colaría la mediocridad y el veneno de la inconsciencia. ¿No está mejor la estupidez ahogada en el mar? Sólo la voluntad férrea, los oídos agudizados para escuchar los buenos consejos y sordos para las impertinencias; sólo con la necesidad incontrolable de llegar a la isla y coger lo que te pertenece, lo que justifica tu día a día, lo que da razón a tu nacimiento y al devenir de tu vida, te permitirá caminar sobre el mar… Porque en cada paso que des aparecerá para ti un trocito de puente y se desvanecerá cuando levantes el pie.

 

-       Pero, gran señor, ¿cómo hago para que aparezca un puente en cada paso que dé? – Quiso el joven resolver todas sus dudas y sacar algo práctico, un consejo realmente efectivo .

 

-       El deseo es una losa flotante sobre el mar donde alzarse, la primera acción es otra losa un poco más adelantada donde dar el primer paso, y la segunda acción será otra losa que aparecerá delante para dar otro paso sobre el agua abisal.

 

Recordad que no os he destruido el puente sino que lo he cambiado de sitio. Está en cada uno de vosotros, entre el cerebro y el corazón. Os he otorgado el poder de hacer las mayores maravillas que podáis imaginar con las piedras hechas de sueños y la argamasa de la voluntad y la energía poderosa de la necesidad.

 

 

José Ángel Caperán

 

Psicólogo y coach en Gijón.

jacaperan@gmail.com

Twitter: @jcaperan

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