Era noche ya cerrada sobre el edificio principal de la universidad. Las tres ventanas del aula del doctor Sócrates aún seguían luciendo. Dentro, el alumno escuchaba una afirmación estúpida de su maestro mientras alzada horizontalmente una hoja de papel.
– La Tierra es plana, joven – afirmó el sabio con la seguridad y la templanza de quien hace una suma simple.
– Sí, claro, maestro – respondió lisonjero.
– No bromeo, la Tierra es plana.
– ¿Cómo puede decir eso? – le contradijo. – Hay pruebas de ello.
– Tú me has dicho que no existe Dios y yo te digo que entonces la Tierra es plana.
– No hay pruebas de que Dios exista – le espetó con cierta exasperación.
– ¿Has estado en el espacio? ¿Verdad que no has visto con tus propios ojos la redondez de este suelo?
– No, pero hay fotografías, vídeos, hay satélites y astronautas que has estado en el espacio.
– Nada es tuyo, joven, todo se basa en la confianza que das en decenas, cientos o millones de personas que te afirman que la Tierra es redonda.
– No es confianza, maestro, es la realidad – el alumno quería que el maestro dejara aquella actitud irresponsable.
– La realidad que te muestran otros que te dicen que es real – proseguía con calma. – Tus ojos nunca han sido testigos directos de esta supuesta realidad. Es confianza.
– Es de necios no aceptar la verdad – dijo enfadado el alumno.
– Una verdad comprobada por otros que dicen que es la verdad, quizá todos conjurados para engañarte y que tú engañes a los tuyos, cronificando una mentira dentro de la complicidad de la ingenua mayoría. Yo te digo que Dios existe –dijo con templanza-. Confía en mí.
– No puedo creer en fábulas.
– Pero puedes confiar en mí como confías en las fotografías de extraños.
– Ellos son más, ellos dicen la verdad y yo les creo. Usted no tiene pruebas, haga un milagro y yo le creeré. Los necios son quienes no cambian sus creencias aunque la realidad les desborde.
– Si yo soy un necio que no cree que la Tierra es redonda tú también lo eres porque no crees en lo que te digo – el maestro bajó la mirada y se apartó unos centímetros de la mesa lanzándole una mirada seria– El debate no es si es cierto o no, sino si confías o no en lo que no ves. Yo confiaré si tú confías.
El alumno caminó por el largo y penumbroso pasillo del pabellón central habiendo aprendido una lección. El ser humano no conoce la realidad, no tiene la capacidad de conocerlo todo, no tiene la capacidad de calmar su desconocimiento. El ser humano tiene una virtud que lo hace mágico y distinto de las fieras: la confianza en ellos, pero no la fe en ellos, sino ENTRE ellos.
¡Feliz y reflexivo año 2020!
José Ángel Caperán
Psicólogo y coach en Gijón
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