Vivir no es de valientes, es de curiosos

Vivir no es de valientes, es de curiosos

Una mañana de noviembre diez tortugas caminaban lentamente por el medio de un frondoso bosque. Cada vez que oían un ruido todas metían la cabeza en sus caparazones y no la sacaban hasta estar seguras de que el peligro hubiera pasado: el crujir de una hoja, un gusanito reptando sobre una piedra, un trueno en lo alto de la copa de los árboles, el aletear de una lechuza sobre una rama o el señor erizo dándoles las buenas tardes.
 
El miedo formaba parte de su forma de caminar. A penas se permitían dar cuatro pasos sin meter de nuevo la cabeza en la concha. Un ratón que comía castañas debajo de una raíz las miraba pensando ­–debe ser agotador, caminar con miedo a cada paso.
 
De repente, una fuerte racha de viento levantó una piedrita que fue a colarse entre el cuello y el caparazón de una tortuga llamada Pin. Una rana comenzó a croar inesperadamente y todas las tortugas hundieron su cabeza rápidamente en el interior de sus conchas. Todas menos Pin, porque la piedra se lo impedía. Ella intentaba sin éxito esconderla pero, pese a su nerviosismo, no podía evitar que sus sentidos quedaran expuestos a los objetos del miedo un minuto, dos minutos, muchísimo tiempo, creyó.
 
Y, sin embargo, nada pasó más allá de la hoja, el gusanito, el trueno, la lechuza, el amable señor erizo y la rana ruidosa.
 
Todas las tortugas sacaron la cabeza a la vez y se quedaron mirando a Pin, sorprendidas de su conducta inesperada. Así, lo mismo volvió a pasar tras los siguiente cuatro pasos, y después también.
 
Pin ya no intentaba ocultar su cabeza porque, incluso, cada vez que lo hacía se chocaba dolorosamente con la piedrita del cuello. Como nada pasaba, más allá de la mera presencia de los habitantes del bosque que, como ellos, intentaban vivir y, además, socializar con las tímidas tortugas, Pin ya no tuvo miedo. Esperaba pacientemente a que sus hermanas asomaran de nuevo las cabezas para seguir el camino. Cada vez se sorprendían menos de encontrarse a Pin sonriéndolas al abrir los ojos, de nuevo, al exterior.
 
– Igual nos estamos perdiendo algo – pensaron. Primero Ton, luego Bun, y luego las demás, dejaron de esconderse mientras miraban fijamente a precursora de aquella intrépida actitud, escudriñándole cada gesto en busca de temores. Y no pasó nada. Y luego nunca pasaba nada. Ni nunca antes había pasado nada. Sólo cabezas ocultas ante el sonido de los latidos de una vida vibrante, no como un terremoto dañino sino como una comida picante en un paladar curioso, no como la visión de un fantasma sino como la curiosidad de cómo nacen los bebés y qué hay después de la muerte.
 
Bun dijo a sus hermanas – Pin es un héroe, no tiene miedo a nada.
 
Sin embargo, el señor oso les gritó, entre carcajadas, desde la entrada de su cueva:
– No hace falta ser valiente, sólo ser más curi-oso que temer-oso.
 
Nota: desarrolla la curiosidad por el mundo que te rodea y, también, desarrolla la curiosidad sobre tu propia personalidad ante lo nuevo.
 
José Ángel Caperán
 
Psicólogo y coach
jacaperan@gmail.com
Nº col. O-01888
C/Magnus Blikstad nº21, 1ºD. Gijón

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