Atenas en Llamas

Atenas en Llamas

Contaba Luis Eduardo Aute el pasado fin de semana en Avilés, en el Niemeyer,  la gran peripecia de su  último disco, y de paso confesaba el último capítulo de la desnudez de sus fantasmas. Él hace citas en cada canción, blasfema leve en cada poema e invierte sus grandes irreverencias y sus complejas genialidades, tan sencillas, tan difíciles, tan de plástica y nada reciclables, en sus cuadros y en sus fotografías  (“el instante que ha fijado…”).  

Dice Luis Eduardo Aute que una de las mejores, emocionantes, imaginativas,  pintadas del 15-M es  “No nos robéis los sueños”  (el título de este ‘Alégrame el día’ está robado del sueño de su último disco).  En un viaje a Grecia, por lo visto, o por lo narrado, reciente que no iniciático, el artista hizo del corazón unas tripas y encaró lo que denomina, como Bob Dylan a los animales, “una gran paradoja”.  Puede parecer fácil, pero tratándose del autor de tantas cosas, no lo es. No es sino un silogismo paracojonero,  una paradoja excesivamente histórica: “Sin Grecia no existiría Europa. Qué mayor (perversión) que hoy Grecia llame a los pueblos de Europa a la salvación  de Grecia”. Este referencial y tímido canalla, que va soltándose la melena conforme pasan las horas, es uno de los más brillantes corredores de fondo de la cultura cercana, aunque le pese.  Hombre de amor, sin dios pero con él, amante intenso de las iniciativas menos sospechosas, tiene una reflexión que merece la pena transcribir. Más o menos y no textual:  “En los finales del siglo XX asistimos a la rápida caída del socialismo real.  En el siglo XXI, somos espectadores de la lenta caída del capitalismo irreal”.  El inventor de las timbas de la gloria en el directo se hace grande, que no mayor, potente y compresible, probablemente en Fa menor, para subir hasta el cielo de la media docena de ángeles que parecen tener sexo, que sólo tienen sexo. Para quienes piensan que es un intelectual permanente, se recomienda ese fármaco extraño que permite vivir a unos pocos centímetros del momento más hermoso, el que él recorta en las fotografías del ‘París Match’ y en las de los muertos de las morgues de la vida, en su  impostura más habitable. Ese fármaco que tarda tanto en llegar a las boticas, esa medicina para la que no hay receta. La que sólo sale en las películas.

 

Ilustración: Johan Christian Clausen Dahl (1788-1856): El Vesubio en erupción (1826)

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