Hace tiempo que los titulares los hacen otros. Almodóvar, por ejemplo, nos ha dado hasta el del matador, o el de volver o el de tacones lejanos. Buena entrada. Así, por fortuna, no hay mucho que pensar, pero no lo miren mal. Nos da el de la educación. La película en este caso no tiene nada que ver con la realidad. Podría haberse titulado, el artículo, que no la película, ‘Crónica de una muerte anunciada’, quizás el genérico de novela más rentabilizado por la anarquía o la jeta frita de la prensa de lo que no está escrito. Asombrosa querencia a la educación y a la ciencia ficción. Esto antes, en aquellos tiempos, no pasaba.
La referencia a la obra de Almodóvar no es tontería. El tótem de la modernidad española, y la irregularidad, también y siempre española, es un buen hilo argumental para la queja. El póster del manchego de la telefónica que llegó a ser grande y libre no es mal símil para lo que se acontece. Si alguien pensaba que lo único que nos faltaba era pagar por el casco de la botella de Mirinda, que se calle. Volvemos al sifón. No es porque venga de la denominada derecha, pero lo es. Si el sistema educativo del Estado del bienestar, inicialmente patrocinado por la denominada izquierda, ha fracasado y se necesita una revisión más o menos, más que menos, profunda acerca del misterio de cómo educar a nuestros hijos, la propuesta sin opción a enmienda es la de Cospedal, que se inspira en la fotografía de Esperanza Aguirre.
Sabido es de casi todos que papá Estado, ese personaje de la Disney que nada nos gusta y a quien tanto queremos, venía muy bien para el pim pam pum, otro deporte nacional de longa afición. Resulta que la estrategia educativa de las maestras del ritmo pasa por encajar en un aula insólita a los “sacrificados” con los “menos agraciados”. La clase de los torpes, con reparos, mejoraría ostensiblemente la selección de la raza, con perdón. Y además abriría puertas a que quien no sea apto, por decirlo de algún modo, tenga franquicia para la Formación Profesional, a partir de ahora FP.
Una de las grandes marcas que aún perduran. Lo que antes fue desprecio, ahora se convierte en futuro asequible. El pretérito del pluscuamperfecto queda para los raros, los poetas y las madres abnegadas, si no como las de mayo, casi. Esto que puede recordarnos, a quienes tengamos edad para ello, a la enciclopedia Álvarez o al florido pensil, no es otra cosa que el vademécum que nos viene. No es que sobren profesores, ni que falten maestros, ni que haya demasiados alumnos por aula, ni tan pocos por asignatura. Lo es todo a la vez. De estos lodos volverán a venir las oscuras golondrinas del crucifijo, de la ciudadanía de Zapatero, del idioma extranjero mal elegido, y todas esas cosas que, salvo la leche en polvo americana, regresan como los pantalones de campana, la música de Filadelfia o las novelas por entregas. Como los dibujos animados en la televisión a la hora del desayuno de los niños de primaria. No hay nada como las tendencias que no llevan a ninguna parte, las que tienden al infinito, como los límites que nadie sabe explicar y todos los niños quieren aprobar.
Todos, o casi todos, solemos ver en casa interés. Hacemos piña contra el profesor. También hacemos oídos sordos porque sabemos que el crío no entiende al profesor, siempre que entienda algo, que no es el caso. Hay reuniones de padres, hay incluso asociaciones de padres y madres que nunca van juntos, y si van tampoco entienden al profesor, si es profesora aún menos. Hay espíritu, pero no fundamento. Hay vocación, pero no devoción.
El cambio que quieren imprimir las señoras de la guerra, Esperanza y Cospedal, no es la vanguardia, es el regreso. Un retorno tan plácido para quienes lo terminamos hace dos o tres vidas, como insufrible cuando lo vivimos. Nadie quiere para sus hijos lo que tuvimos en los años felices, o infelices, de cuando nunca salía el sol.
Esta historia que por los precedentes, que son el presente, tiene visos de perpetuarse los próximos años según las elecciones con resultado casi cantado, es injusta, muy injusta, con las conquistas palmo a palmo de los últimos treinta años. Alguien me reñirá, seguro, si digo que en Asturias la injusticia se hará sobre la labor ingrata, poco reconocida, muy protestada y, desgraciadamente, manchada por el calendario más infame, de José Luis Iglesias Riopedre, el hombre al que Areces otorgó con la sabiduría de los viejos de la tribu la vara de educar bien. Que educar bien sale del aula y del alma, pero para ello es preciso saber organizar. No es un corta y pega, no es un pasa por aquí que libras. Es, fundamentalmente, educar en la libertad de poder elegir. El sectarismo, la disgregación, los buenos y los malos, los torpes y los listos, son la baraja de familias del siglo en que nacimos. Suspenso, seguro
Ilustración:
La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp