Como todos los años desde hace más de tres, los concejales socialistas del Ayuntamiento de Oviedo solicitan al alcalde que otorgue a Ángel González la condición de Hijo Predilecto de la ciudad. Al parecer, tal decisión depende exclusivamente del primer edil, por lo que la legítima reivindicación, bienintencionada iniciativa, trasciende el romanticismo del recuerdo para penetrar en el pantano habitual. Un debate a menudo torpe, sin profundidad y con apenas carga para concitar adhesiones multitudinarias. No es la poesía disciplina de grandes estadios, pero da para muchas películas, algunas muy buenas. Tampoco el poeta, Ángel, era hombre de alharaca, si acaso de silencios discretos y puñalada de papel, breve y certera, pero de papel. No hay más que recordar como rememoraba la estancia de Semprún en su piso de Madrid, donde lo tuvo escondido una temporada, y de qué manera alivió su espíritu el día en que Federico Sánchez (nombre de Semprún en la clandestinidad) se marchó en el tren. El compromiso de Ángel González es tan rotundo como silencioso, y tan honesto como discreto. Vincent Van Gogh es asumido por la historia como paradigma de éxito no reconocido en vida, aunque suele barajarse más en el barómetro económico que en el del reconocimiento artístico, pero su valor es el mismo. Ángel González se vio reconocido en vida y, como él mismo solía decir desde su habitual prudencia, de un modo excesivamente espectacular. En sus últimos años, en las pocas entrevistas concedidas, solía renegar del concepto de Oviedo, que no de la ciudad en la que nació, ni de su gente, ni de sus amigos, ni de los rincones ya desaparecidos. Rechazaba la estética de los tiempos nuevos, la lujuria del mobiliario urbano y la tremenda displicencia con que los nuevos gobernantes trataban las piedras y la memoria de Oviedo. Para ser hijo predilecto no creo que sea necesario un acto que reúna a familiares, amigos, aficionados, lectores todos. Para recordar al poeta es necesario leerlo, y recordarlo por tanto en cada lectura. Para recordar a Ángel no hay más que frecuentar de cuando en cuando la memoria, y con la más vulgar de las nostalgias brindar otra vez, levantando la copa en cada palabra, en cada ocurrencia revivida.
(Ángel González hubiese cumplido 86 años el pasado martes, 6 de septiembre)