El espejismo

El espejismo

Con el talante que da la estupidez, los gurús comienzan tímidamente a levantar falsos testimonios sobre la curvatura de la crisis más famosa del mundo. Los mismos gurús que llevan un par de años hibernando en las cuevas de la vergüenza por no haber sido capaces de vaticinar el terremoto, que no todo es culpa de Zapatero. Quizás sólo merezca un cierto respeto el mentalista Anthony Blake que vislumbra el final de la crisis en el 2018, ay Dios, y hay que hacerle un poco de caso más por la empatía que provoca la desesperación que por su singular abracadabra.

En una de las primeras páginas que encienden de nuevo la caldera, leemos la convocatoria de huelga en la enseñanza de Madrid, argumentada en los recortes. El grito al cielo de los sindicatos, siempre tan oportunos, contra el giro a la derecha y la reforma constitucional, que califican de “un golpe de lesa democracia”. Y, por poner otro ejemplo, el tremendo espadazo sobre la mesa que ha dado Cospedal en Castilla-La Mancha, que pretende ser un ejemplo para España a tan sólo unos días de que tal vez gobiernen ella misma y sus correligionarios. Este mandoble pretende ahorrar en la comunidad manchega más de 1.800 millones. La trampa, dicen los contrarios, está en que destruirá 15.000 empleos, aunque nadie está para hablar con casi cinco millones de parados en el páramo de las calamidades. El PNV, como no podía ser de otra manera, asoma la cabeza con el tema de la autodeterminación, los canarios con la reforma del Senado o la sucesión de la Corona. Izquierda Unida y los republicanos catalanes exigen un referéndum, y no se quieren meter en muchos más jardines. Y Cándido Méndez remacha, en su habitual estado de perplejidad permanente, y dice que la foto de los padres de la Constitución la han enviado al desván.

Los e xpertos, el grupo de gurús más solvente, menos agresivo y más de merecer, se dividen en la valoración de la futura reforma, pero parece mayoritaria y más sólida la corriente que piensa que limitar el gasto público hará temblar la evolución social, bastante maltrecha pese a las conquistas, si pueden denominarse así, de los últimos años. El caso es que el principal argumento teórico de los dos partidos más grandes es la defensa a ultranza del Estado del bienestar. Escribía recientemente Antonio Muñoz Molina que había a su vez escrito alguna vez que “España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. (...) Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto”, dice el escritor granadino tras enumerar contundentes ejemplos sobre la displicencia que los hombres al mando han mostrado casi siempre por la nave española y sobre la indiferencia con que fueron recibidos estos dispendios disfrazados de responsabilidad y tendentes siempre al capricho. El caso es que a estas alturas de la tempestad percibimos que no hemos crecido, que no sabemos hacerlo, que funcionamos muy bien a las maduras, que es más fácil, y si además nos dejamos llevar, la de dios. Que cuando han llegado las duras, muy pocos se salvan del naufragio político, económico, comercial, social e intelectual que se extiende en un mapa nervudo, agobiado por la sequía de ideas, la inexperiencia que se ocultó durante años en las apariencias, la indolencia con que se han acometido temas tan trascendentales como el del oficio de vivir con honestidad, la ignorancia en la aplicación de los conocimientos no adquiridos, la fatua actitud del poder ante la aquiescencia del ciudadano. Y así hasta enumerar todos los compor tamientos capitales que han definido el perfil habitual del gestor de nuestros servicios, lo que viene a ser algo parecido al Estado del bienestar que ahora se quiere salvar de las garras del oso de la crisis.

Probablemente asuste la trivialización del texto sagrado, de la norma que nos guía, pero no deja de ser un mito. Hace ya tiempo convertida en el patrón de la sorprendente evolución del país, la Carta Magna ha sido objeto de culto hasta la nostalgia, sentimiento que provoca en algunos su inminente reforma, sea ésta pertinente o no, quepan o no otros elementos susceptibles de cambio en una especia de ya que pasaba por aquí, póngame una de autodeterminación y otra de dotación de un poco más de poder al Senado.

Quizás no sea exagerado acogerse a la reflexión de Muñoz Molina y pensar para concluir que lo que hay que hacer es una revisión mucho más profunda, una revisión apenas ligada al texto constitucional y que tiene más que ver con nuestra propia manera de conducirnos, de encajar las malas rachas sin entorpecer los procesos lógicos de la vida. Actualizar el sentido común y dejar de hacer el idiota pidiendo imposibles y dando miedo. Procurar, con lo que cada uno haya podido aprender, que el lugar de todos no sea un griterío.

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