Los animales mudan la piel en tiempo perfecto, los humanos, animales también, unos más que otros, suelen retardar las estaciones, y lo hacen a tiempo parcial. Las preposiciones acostumbran a poner a cada uno en su butaca. El retorno, ese milímetro que separa agosto de septiembre, es una rutina escabechada, de bote por tanto, aunque el mes que se aproxima sea de temporada, y a priori absolutamente incoherente. Escabechar es un arte que, como los cuadros, necesita inspiración, poso, ejecución, venta y degustación. Gratuita para los animales mencionados (los denominados “unos más que otros” hace unas cuantas líneas por arriba). Quedan muy pocas horas para que sepamos nada, lo mismo de siempre pero como idiotas, en el término dostoievskiano de la palabra idiota. No seré yo quien diga que ahora parece raro, pero percibo como tanta gente que algo ha cambiado sin cambiar. Esta situación de incertidumbre ñoña que tanto da que hablar tiene un final no escrito que todos conocen pero que nadie sabe. Final es una palabra agradable cuando la película dura más de tres horas, con la excepción de Lo que el viento se llevó . Una palabra feliz cuando el final lo es tal, que no va a ser el caso, y disculpen este atrevimiento.
Oviedo tiene días que parece Londres, aunque con las caras de siempre, con el comentario habitual, que simula una ciudad extraña, hábil para reconvertirse, digamos irredenta con el objetivo de no cambiar absolutamente nada pese a que lo parezca, pese a que lo aparente. Ni un destino ni un parque. Tal vez girar la placa de hormigón vanguardista que cubre y recubre sus calles peatonales, y que salva el escaparate de voy a ahorrar pero te vas a enterar. Quizás cambie el clima, probablemente varíen los turistas. Pero nunca la enjundia de esta admirable burguesía, merced a los cronistas cien mil que han sido, jamás el imprescindible comentario de qué bien le veo, estaré en su tanatorio. Un clásico de clásicos en la España agradable de que cualquier tiempo pasado fue un debate inane. Estos días de atrás, estos de agosto, han sido un remedo de la abundancia escasa y de la paupérrima riqueza que nos convierte en algo parecido a un miserable, y que tanto nos gusta, como a los cómicos los espejos. Septiembre amanece de nuevo y la fauna, no precisamente digital, del mes que viene no tiene nunca o como siempre desperdicio.
El escabeche es un individuo más bien notorio, que no notable, que aparece todos los días, a la misma hora, en el lugar de siempre para saludar como que hace tiempo que no te veo. Por lo general es oportuno, da un par de noticias, ya conocidas, es decir, redifusión de caleya, y se bebe unos vinos a cuenta de quien sea, que suele estar presente, aunque no es estrictamente necesario. Es el sospechoso habitual, un actor metido en un cuerpo sin película. Sin oficio pero con beneficio apenas conocido. El escabeche es un truhán, pero eso sí, un señor. No se le ocurra ponerlo en cuestión, ni a él ni a su teoría acerca de la vida actual, de la del pasado y, fundamentalmente, de lo que va a suceder. Lo sabe todo.
El milímetro, famosa medida de longitud, tan evidente como sus ganas de trepar, es la distancia que suele mediar entre el hombre de ayer y el de mañana mismo, que no tienen por qué coincidir aunque sean el mismo. Lo que hace poco fue por lo que luche, ahora es el culpable de todo lo que me pasa. Si hay conocidos, amigos de la mili, compañeros de colegio de los maristas, o escolapios o dominicos, o etcétera, e incluso de barra, el milímetro de uno puede pasar a centímetro en poco tiempo, el suficiente para aparecer en el boletín oficial tras un decreto de ley o documento si no similar, parecido. Una vez lograda la condición de centímetro, el resto no es difícil si se han seguido los pasos adecuados, que hay que decir que no siempre coinciden con el manual de instrucciones. Cuando se es milímetro se le hace la pelota al centímetro, pero éste también es humano y no siempre está de buen humor. Además suele situarse muy cerca del metro, que en provincias es el objetivo final. Para el kilómetro hay que estudiar.
La coherencia, en fin, es un trapo olvidado encima del tanque de una gasolinera, y para dos amigos que alguien tenía resulta que han cambiado de móvil. El caso debe de ser cambiar, y no de tamaño, pese al símil del sistema longitudinal. Para desarrollar la utopía de la coherencia y la cordura quizás haya que pasar al sistema métrico decimal, lo que nos complica el resultado, lo que seguramente nos haga retrasarnos y tal vez suspender. Septiembre, el mes que viene antes de la feria de las vanidades, llega en avión el próximo jueves. Tiene el aspecto de siempre, pero no es el mismo