‘Entrada libre hasta llenar el aforo’ es el cartelón que nunca veremos en El Molinón para ver al Barça. ‘No hay billetes’ es lo que nunca veremos en la puerta de un local donde hablan tres personajes en una mesa sobre la cultura popular (adjetivos peligrosos). Juan Gona, de profesión sus aficiones saludables y su elegante acierto para hacernos felices, nos ha venido (qué gran expresión) esta semana con un mariachi de lujo: Serrat, Víctor y el pequeño de los Trueba. Estos, todos a una y a falta de D’Artagnan, parlaron tendido y justo sobre el recurrente oficio de la innovación inadecuada. Sinalefa gigante, bromas aparte y seriedad al margen, dos elefantes y una gacela hablaron en Oviedo de un tema para no comprometerse en tiempos de guerra. La implicación de los músicos, dada su edad y sobre todo su prez, tiene más valor que el desencanto del escritor y la desazón del cineasta Trueba. Valor de implicación, no de coste o de juicio comercial. La célebre polémica de las descargas, del perjuicio al autor que todo lo gana, de las nuevas tecnologías y de la txalaparta no se salda nunca. Algunos, los más generacionales, pueden, y de hecho lo hacen, dar la razón a los cantautores que nos han llevado de la mano durante toda nuestra banda sonora, durante todas nuestras barras desatadas. Al cabo, David Trueba no es más, ni menos, que un perseguidor de gloria atenta, de pasodoble tranquilo, como el bolero. Modesto, joven, pujante recibe el testigo quizás no deseado del último romántico. ¿Dónde está la frontera que no se traza? ¿Quién le pone el cascabel al gato de la libertad más o menos bien entendida? No seré yo quien diga que el talento es patrimonio de todos. Tampoco seré quien escriba que esa libertad en la Red es un despojo. Sé que si quienes defienden lo suyo se llaman Serrat o Víctor Manuel, lo nuestro tiene más posibilidades de ser cierto. También intuyo que la Red, que me da el retorno inmediato a lo que me suena bien, no debería ser contemplada desde determinadas cimas administrativas. Las milongas aquellas de que la felicidad es un niño asomado a una tapia o de que el amor y las flores etcétera, suenan al tercer ‘remake’ de la vida del artista anónimo, del dueño de la panadería. Del último cliente.