Leo que la legislatura arranca caliente en Asturias. En la caldereta de la Junta General hierven desde el primer minuto los temas imprescindibles, lo más demandados por el ciudadano: los partidos no se ponen de acuerdo en las asignaciones económicas de los grupos, en la compra de coches oficiales, en la contratación de personal eventual y en el reparto de despachos, entre otras prioridades de primer orden para solventar las urgencias de momentos tan nefastos. Ni siquiera visto el barullo desde la perspectiva de la gobernabilidad, la actitud de los nuevos diputados (más correcto es decir de los diputados entrantes) no es muy comercial. De cualquier modo, estos días son muy difíciles de vender. A la vorágine provocada por el epicentro de la crisis, con sus indignados y sus desesperados, hay que añadir una sensación apocalíptica en las calles que parece propiciar un descaro supino. El aspecto del escenario, aunque previsible, limita con la perplejidad.
Por circunstancias que no vienen al caso, he tenido durante el pasado mayo la oportunidad de experimentar un viejo anhelo, por otra parte común aunque no vulgar: estar prácticamente desinformado durante un mes.
A menudo, ante un hecho insólito solemos fabular con la expresión de un extraterrestre que en esos momentos absurdos aterriza en el planeta, en una plaza con quiosco de prensa, y alucina. Imagine que forma parte de una expedición al Himalaya, o de la misión de una ONG por el desierto de Gobi. Lugares sin wifi, fuera de la tiranía de la información, alejados de la tentación de la curiosidad. En el regreso de cualquiera de estas ausencias, ocurridas bajo el antes y el después del 22-M, uno padece un déjà vu del quince y sufre una malversación de lo previsto bastante escandalosa: Franco ha vuelto con la aquiescencia de la Historia, Gijón ya no es socialista, Camps bate récords de popularidad en Valencia, donde ya se hacen paellas a medida, los socialistas asturianos votan de la mano con el PP, el anillo de la NBA se lo llevan los Mavericks de Dallas y Berlusconi pierde un referéndum y varias elecciones. Este es uno de los mapas de la agresión a la lógica que confirma que los tiempos están desencajados, y que son caldo de cultivo para la indignación, tan contundentemente de moda.
No es, por desgracia, nada nuevo el primer orden del día de la Junta después de la votación. Montar el andamiaje físico para gobernar es re- levante pero hay circunstancias que merecen mejor explicación por parte de los protagonistas. La entrada de una nueva fuerza política en la Junta, que además es si no la más votada sí la más poderosa en voto, ha introducido elementos desconocidos hasta ahora en Asturias y que conllevan actuaciones que el político puede dar por consabidas aunque no terminen de entenderse en la calle. Sabemos que el equilibrio de fuerzas, más bien el desequilibrio, desembocará en el funambulismo de los diputados, en un trabajo constante, difícil y a menudo sorprendente, polémico y desechable.
Pocas veces las decisiones serán aplaudidas, sólo por el hecho de que muchas de ellas sean avaladas por la firma conjunta de partidos antagónicos. Comienza a hablarse del ‘rodillo opositor’, nueva figura tan retórica como poco recomendable. La nueva Junta es un Parlamento ‘a la navarra’ o, menos, ‘a la catalana’. Navarra también rompió el bipartidismo por las cuitas de su derecha. PP y UPN quebraron su alianza y dieron paso a un multipartidismo que cada cuatro años ofrece, fundamentalmente, dos posibilidades: un gobierno de izquierdas en el que los socialistas se puedan ver arropados por las fuerzas nacionalistas o un gobierno PSOE-UPN.
Al cambio, ahora mismo, lo que sería en Asturias un gobierno PSOE-FAC, impensable como sabemos. En la circunstancia navarra, el ‘efecto Bildu’ facilita a los socialistas el acuerdo con la derecha sin que nadie se escandalice.
Asturias está ante una circunstancia política nueva, de cuerpo a cuerpo, en la que va a ser muy difícil delimitar el país de la demagogia del de la estrategia, por eso si el voto del PSOE en la Junta es contra Cascos debe de explicarse. Estamos acostumbrados a que nuestros representantes estén acostumbrados a pensar, o a creer, que el votante otorga un cheque en blanco cuando vota, y no debe de ser así. No podemos enterarnos de la actitud o las intenciones de Cascos por el análisis de sus contrincantes en defensa de su voto. La situación del Parlamento asturiano es para políticos expertos que sepan conjugar el objetivo de ejecutar los compromisos adquiridos con la habilidad negociadora en el escaño. Suele ocurrir, para nuestra desgracia, que la situación de dificultad, de desequilibrio, suele conocerse después de haber votado.