ciudadano gato

ciudadano gato

Anda revuelto el patio ovetense por un debate que para el observador perplejo es menor y para el afectado militante, de suma relevancia. En la orilla trasera del invierno, gatos y palomas, e incluso gaviotas, han pasado a la ofensiva, integran las primeras filas del enemigo del ciudadano y provocan la queja de vecinos y hosteleros en la capital, al tiempo que nos descubren nuevas ternuras y decretos desconocidos, resucitan solidaridades tan entrañables como asombrosas y nos distraen como quien no quiere la cosa de tasas, impagos y demás cifras estadísticamente obscenas. Ahí es nada, Brigitte Bardot carteándose con Iglesias Caunedo en defensa de los gatos callejeros (“felinos errantes” como al parecer los denomina el decreto municipal) en un gesto absolutamente crepuscular que casi equipara a la sex symbol de ‘Y Dios creó a la mujer’ con la gran Gloria Swanson bajando las escaleras en ‘Sunset Boulevard’. Como para las conciencias limpias, no corren tampoco buenos tiempos para los animales excesivamente libres. La evolución implacable de los servicios de recogida de basuras con la correspondiente implantación de los contenedores especializados, precintados y reglados, la proliferación de las organizaciones defensoras de animales, la profesionalización civilizada de perreras y demás albergues al uso y, en definitiva, la cultura de la escoba de plata, han sido en los últimos años un duro golpe para los animales domésticos sin dueño, censo prácticamente reducido a los gatos.

Es obvio recordar que hace ya mucho tiempo que no existe el perro callejero cuando casi no existe el perro sin chip de identificación. Ya pensábamos que los únicos animales sueltos que quedaban estaban en las películas de Disney, cuando los gatos que pueblan los aledaños del Veneranda Manzano maúllan en contra del o rden establecido, la higiene y la tranquilidad ciudadana, pululan en torno a los sumideros de las aceras y a los pocos cubos negros de basura que aún quedan y duermen bajo los coches aparcados en los barrios, arrabales tratándose de gatos. Como una ‘miniapocalíptica’ metáfora del terreno conquistado por el hombre, la rebelión involuntaria de los gatos y las palomas mueve recogidas de firmas, protestas de mitos eróticos, solidaridades de plataformas felinas y exigencias políticas. Las ciudades han mudado en entresiglos su aspecto al mismo tiempo que han moldeado usos y costumbres de sus habitantes en la plaza pública. Es hasta comprensible la defensa de la piedra milenaria y el público terracero de terceras molestias (a menudo es más atorrante el vecino de mesa que la paloma). Y quizás haya que alejar al gato de los niños. Pero tras la cacería, el bosque no será el mismo.

 

 
ilustración: Carl Offterdinger[2] (1929 - 1889).
 
 

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