Uno de los logros más sorprendente de los hombres que habitaron la noche de los tiempos es el de llevar la cuenta de la vida. Las horas y los días son uno de los pocos elementos que se asumen como imprescindibles en la civilización. Ciclos gobernados por el sol que marcan continuamente nuestros comportamientos. Cortos, medios, largos plazos, llegar puntualmente, envejecer, dar crédito o calentar algo en el horno dependen del reloj y el calendario, probablemente los instrumentos más populares de nuestras vidas. En estas convenciones, la cábala sencilla suele dar pistas sobre la utilidad de la obra humana, sobre la vigencia de nuestras capacidades. Así como revisamos el coche, los ascensores o el calentador cada equis tiempo, también medimos a nuestros mejores deportistas cada cuatro años, el mismo plazo que nos damos para elegir a nuestros gobernantes. Abrumadoramente, el atleta de élite se prepara a diario muchas horas para intentar acceder a unos Juegos Olímpicos, cita a la que salvo excepciones exóticas llegan los mejores. No hay peor situación en la vida de un deportista singular que la de tener que renunciar a unos Juegos por lesión o, peor aún, por no estar en la forma adecuada. El símil no vale, pero debería de ser pertinente en la disciplina política. Si no está preparado, no venga. Estudie y vuelva a presentarse dentro de cuatro años. En una curiosa decisión, supongo que política, el Ayuntamiento de Oviedo ha colocado para los despistados un calendario vegetal en el Paseo de Los Álamos. Debe de ser para subir nota.
ILUSTRCIÓN: Pintura de Filípides llegando a Atenas, por Luc-Olivier Merson (1869)