Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. Los nombres de los personajes y de los lugares donde se desarrolla la trama son ficticios. Más aún: los nombres de los protagonistas han sido sustituidos por motivos de seguridad. Todas las premisas, advertencias y rótulos inferiores sobre la pantalla que hacen referencia a teorías de la conspiración, asesinatos, célebres o no, grandes atracos y golpes de estado tienen en el cine y en la televisión tanto de morbo como de decepción. Morbo porque se presupone que se acercan a la realidad y decepción porque nunca sabemos hasta qué punto se alejan de la verdad.

En el caso del docudrama de esta semana, ni los nombres ni los lugares son ficticios, pero las circunstancias, los motivos y las fuerzas ocultas detrás de terceros personajes continúan contribuyendo a una confusión que nos hace pensar que hay algo de irreal o, cuando menos, de nebulosa perversa para dirigirnos al campo de batalla sin armas y sin estrategias, sin ganas y sin esperanzas. 5.273.600 parados en España, 90.500 en Asturias, no son los números de un mensaje cifrado. Es el resultado de una suma de despropósitos históricos que parte de la especulación, continúa por las autopistas de la aquiescencia y la permisividad política y termina en la desfachatez, la improvisación y la previsible chapuza de los guionistas. Al parecer, no es que la película vaya a tener secuela, es que el copión es un culebrón de medidas desproporcionadas. No pregunten por el final, no lo conoce ni el autor.

Ilustración de Aubrey Beardsley de "Los crímenes de la calle Morgue", de 1895.