La industria del consumo ha creado hábitos, avisos y señales que se han instalado en la vida doméstica por narices. Desde los clásicos agítese antes de usar, mantener fuera del alcance de los niños, la chapa del hombre al que le parte el rayo de peligro no tocar o la flecha para zurdos que indica que el tapón hay que girarlo hacia la derecha, hemos ido avanzando hasta el abre fácil, el error de impresora, el fumar mata o el implacable emoticono de los móviles que sustituye a una frase de amor. El taller de Warhol ha matado al poetastro que llevábamos dentro. Han reconvertido la oratoria en telegramas sin alma y la comunicación epistolar en un tartamudeo gramatical, en el gran impostor de la conversación. Las metáforas efectivas también han desaparecido, aunque el objetivo y el resultado sean similares. Quién no recuerda el célebre envío del motorista de Franco para despedir a sus ministros, que hoy es un email que dice recoja sus cosas con vaya a usted a saber cuántas copias ocultas. En esta babel de cartón piedra, la estupidez toca el cielo con el riesgo que conlleva. No hay señal que indique que la cornisa está a punto de desprenderse, ni cartel que avise del riesgo de un dolor de muelas, ni emoticono con corte de mangas. La pluma certera de los gobernantes que algún día indultaron a un preso se ha trocado en una catarata de impagos sin certificación. La compasión se ha vuelto fusil. En el hueco de la vida que han dejado para transitar han dibujado una tijera y han escrito debajo: cortar por la línea de puntos
FOTO: La tumba de Warhol, junto a la de sus padres, se encuentra en el cementerio católico bizantino de San Juan Bautista en Pensilvania (Estados Unidos).