El lado oscuro de la paz

El lado oscuro de la paz

En la denominada conciencia colectiva va instalándose estos días el adiós a las armas anunciado por ETA. Es conocido ya que la reacción general tiene, al menos y con matices, tres focos: la satisfacción contenida de unos, el escepticismo de otros y la reivindicación de las víctimas, lo que podríamos llamar  el grito del desasosiego. Alfredo Pérez Rubalcaba, quizás quien más sepa del estado de la situación en estos momentos, asegura con rotundidad que las armas no volverán pero que no hay que bajar la guardia, y que lo que haya que hacer hay que hacerlo después del 20-N para salvaguardar , por higiene democrático, la campaña electoral. Es decir, que nadie utilice el tema con el objetivo de lucrarse en las urnas. Es otro modo de llamar idiota al consumidor (algo que ha puesto de moda de forma espectacular González Pons, nada menos que responsable de comunicación del Partido Popular). Y lo es por muchos motivos. Primordialmente porque el grueso del pelotón votante ha convivido con la infamia de ETA durante décadas. Si hay que explicarle a alguien de qué se trata,  mal asunto para el conocimiento. Y también porque si se ha valorado siempre en su justa profundidad la madurez de los ciudadanos, vascos y no vascos, en la resistencia democrática ante la provocación criminal, no se entendería este “no hablar del asunto hasta el 21-N”  si no es desde la perspectiva de que son los políticos quienes pervierten los mensajes, tanto en la elaboración como en la reacción. La endogamia estructural que ha puesto, que está poniendo, en entredicho la labor de los administradores no tendría por qué ocultar, aplazar  o vetar un debate que trasciende la labor política. Nadie reclama conocer el lado oscuro de la paz, si es que existe. Si acaso poder disfrutar, con la seguridad de que se puede hacer, de la desaparición de las armas y del miedo que ha hecho de Euskadi durante muchísimos años un país de reojo, confrontado, un lugar de sospechas, de voz baja y de extraña identificación. Las cuentas del terror aún tardarán muchos años en saldarse. Por esto sería  bueno que dejasen de pedirse responsabilidad  los unos a los otros, y que la ejerzan todos y dejen ejercerla a los demás. Las víctimas y el daño hecho no son patrimonio de nadie.

 

 

 FOTO: Párking de la T4 (Madrid-Barajas) días después del atentado de ETA del 30 de diciembre de 2006 |Source=Trabajo propio |Date=15-1-07 |Author=Sebastián García |Permission= |other_versions= }}

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