En ocasiones uno confunde la medicación y entra en un proceso de por prescripción facultativa, el eufemismo más célebre de por evidente estado de acojono. En esta tesitura neutra y bobalicona, la prudencia, los achaques y los médicos recomiendan no salir de casa en unos días, hasta que amaine esa tormenta interior que entra por las vísceras, recorre los pasillos del apartamento, sube por las escaleras del aparato digestivo y termina en tu cama, secándote el sudor. Gripes de octubre que bombardean sin escrúpulos cualesquiera de los puntos débiles del cuerpo, que a estas alturas forman un ejército nada desdeñable en número aunque lamentable en la ofensiva. En esta postración de soledad diurna y duermevela solitario, los nombres, los rostros y las conversaciones más recientes suben en rabo de nube hasta los techos de la casa.
En la calle, hace sólo unas horas, un frenazo, un claxon desmesurado y las obras municipales se percibían como la banda sonora del paisaje. En casa, desde la almohada y las toallas, el leve crujido de un cajón parece un trueno, el ruido del calentador, una locomotora, y la radio del vecino, piratas al abordaje. Conforme se equilibran las constantes y el humor regresa en dosis de hijo pródigo, la duda todavía febril: ¿Qué estará ocurriendo ahí fuera? La primera tentación es preguntar, pero no hay nadie a estas horas. Y la televisión no es la mejor solución, no vaya a ser que el desgobierno entre por la ventana.
Ilustración: «Ekstatische Jungfrau Katharina Emmerich» de Gabriel von Max (1885).