La solución a los muchos problemas que nos aquejan, habrá de venir de la mano de políticos.

Por supuesto, de políticos honrados, de políticos con determinación: responsables. De políticos con mucha dedicación: empáticos, creativos, bien formados, creyentes confesos en la democracia, en la justicia social, en el progreso compartido.

Políticos persuasivos y persuadibles, capaces de escuchar, independientes de intereses ocultos, que confíen en la cultura, en la educación, en la ciencia.

Políticos cooperativos, también amables, incluso simpáticos, alegres, cuyo objetivo principal sea el bien común y no el de sus intereses egoístas, o de partido, o de clase, o de género, o de raza, o de religión, o económicos, o de perpetuación en sus cargos.

Propongo un ejercicio que puede ayudarnos a dimensionar la gravedad de la situación actual: evaluemos a los políticos conocidos, con una nota de cero a diez, en cada una de las cualidades anteriores. A pesar de las excepciones, la respuesta es fácil de imaginar: estrepitoso suspenso.

Ya tenemos el diagnóstico de nuestros males: los malos políticos.

Y ya tenemos la medicina para curarlos: los buenos.

No nos confundamos. No hay solución al margen de la política, todo lo contrario. La única solución es más y, sobre todo, mejor, muchísima mejor política. Nos hace falta más investigación en ciencia política (hay muchos retos nuevos), más investigación en sociología, y más, mucha más educación, formación, y, sobre todo, políticos entregados vocacionalmente al bien común, cargados de buenos valores, y ca-pa-ci-ta-dos.

Políticos dispuestos a asumir el contrato electoral con seriedad y rigor.

Participemos como ciudadanos comprometidos, y acabarán apareciendo los dirigentes que necesitamos.

Exijámoslo...

Nos vemos. Besitos. Click.