Salto a la fama en 1928, con la primera visita de Heminway y la popularización de su mítico Daiquirí, pero su creación data de 1817 fruto de la visión de un empresario español. Historia y vídeo de su interior.
Hay lugares y establecimientos que son icónicos a nivel mundial por ser dados a conocer por algún motivo extraordinario o por su mención por algún personaje mediático, y que sin embargo guardan una larga trayectoria empresarial obviada por los más. Es el caso de El Floridita, referente de la hostelería cubana y visita obligada de los muchos visitantes que acudían, acudimos y acudirán a La Habana. Como otros muchos, su existencia está relacionada con la presencia de los españoles en la considerada “perla del Caribe”, y de su capacidad empresarial e innovadora que hicieron del país un referente económico mundial en el siglo diecinueve.
Su historia es extensa, toca remontarse a más de dos siglos, cuando en el actual barrio denominado Habana Vieja en la capital cubana, la antaño San Cristóbal de la Habana, en la esquina de las calles Obispo y Monserrate a la vera de una de las puertas de la pretérita muralla, se funda una bodega que entre otras mercancías se hizo muy rentable suministrando harina para alimentar a los caballos de los muchos cocheros habaneros que por allí transitaban. Difícil imaginar que local y esquina se convertirían un siglo después en leyenda de la historia de la coctelería no solo de Cuba, sino del resto de la orbe.
Transcurridos unos años, en 1817, el lucroso negocio es vendido y toma el nombre de “La Piña de Plata”. Por ello si nos ceñimos a la cronología, el mítico local cuenta en la actualidad (noviembre 2024) 207 años de vida continuada como establecimiento de hostelería. Parece ser que se ignora el día exacto de su apertura, por ello su efeméride festiva se realiza cada 21 de julio, el día del nacimiento del inmortal escritor americano Ernest Hemingway, su mejor cliente y quien lo catapultó a la fama mundial.
El establecimiento fue un adelantado a su época y el preferido en la ciudad por los militares norteamericanos en su intervención militar a finales del siglo diecinueve, siendo de los primeros en vender combinaciones de diversas bebidas, que bien pueden ser considerados los antepasados de muchos de los cócteles que irrumpieron años anteriores.
En el año 1898 el establecimiento cambia de nombre y toma el de “La Florida”, haciendo un guiño a los numerosos visitantes que llegan a la isla desde la península americana.
En 1910, no sólo cambia de nombre sino que amplía su actividad. Pasa a denominarse como ha perdurado hasta nuestros días, “El Floridita”, para diferenciarse de otro famoso bar de mismo nombre –tomaba el del hotel donde estaba situado- y calle. Y se incorpora el cocinero francés Jan Lapont para asumir la dirección del restaurante que completa al bar.
Y en 1918 cambia de propiedad, siendo adquirido por tres de sus trabajadores: el cantinero Constantino Ribalaigua que había entrado a trabajar cuatro años antes, el barman Boadas Perera y el mencionado cocinero francés. En 1952 toma el relevo de Constante, por entonces único propietario, su sobrino Antonio Meilán.
Cuando a principios de los años 60 triunfa la Revolución Cubana, seguida de la nacionalización de los establecimientos privados, pudo haber significado su fin, pero su mística continuó. El bar paso a manos a la entidad estatal Empresa Extrahotelera Palmeras, resistió a la política y mantuvo su frenética actividad diaria, cifrándose en más de quinientas personas quienes lo visitan diariamente.
En sus doscientos siete años el establecimiento no solo no cambio de ubicación sino que sus cambios fueron mínimos. Sus principales reformas se realizan en los años 1950 y 1991. En el primero su decoración se realiza en base al estilo inglés Regencia o Regency, quitando una de las dos barras y modificando las pinturas de las paredes y lámparas, a la vez que se instala el aire acondicionado.
Siendo en 1991 totalmente remodelado, aunque respetando todos los elementos originales que le hicieron famoso. Como su diseño interior que responde a la forma de la bahía habanera con su entrada estrecha que después se ensancha con la barra y el bar y luego el restaurante como una bolsa; su barra de caoba de diez metros; sus frisos corintios; su mural principal ubicado detrás de la barra realizado por David M. de Armas, que recrea el ambiente de la bahía a principios del siglo dieciocho en la época de corsarios y piratas; la esquinera para venta de tabacos: murales que reflejan el convento de San Francisco de Asís o el poblado de Regla con su iglesia y múltiples fotografías como la del novelista americano y Fidel Castro en un torneo de pesca y recuerdos de su gloriosa historia con firmas originales de celebridades que por el desfilaron.
Datando de 2003 su actual ícono, la escultura de quien más colaboro a ubicarlo en el mundo mundial el premio Nobel Ernest Heminqway, obra del escultor cubano José Villa Soberón. Realizada a tamaño natural en bronce sentado en la banqueta y apoyado en la esquina de la barra en la que acostumbraba a sentarse a leer la numerosa prensa que consigo llevaba y a tomar el serial de cocteles diarios para él elaborado expresamente, que Constante denominó “Papa Special”.
Y es que si por algo se ha caracterizado el establecimiento a lo largo de su historia fue por su coctelería. Desde la adquisición en 1918 por Constante, como era conocido Constantino Ribalaigua, se convirtió en una referencia en la época de la Ley Seca en Estados Unidos (1920-33), con asiduos y sedientos bebedores americanos devotos de su amplia oferta de más de cuatrocientos cocteles, una gran mayoría con base de ron, y con la peculiaridad que los que contenían jugo de limón este procedía de los frutos del limonar de su casa.
Al prestigioso cantinero se le atribuye ser el introductor de la batidora en la coctelería; una máquina de moles hielo para preparar los cócteles –que se utilizó en el local hasta la década de los ochenta-; el servicio de sobremesa con habano y la autoría de dos de las más afamadas cocteles del abanico cubano: el Mary Pickfods y el Havana Special, dándoles sus nombres en honor de la actriz norteamericana y al viaje de una naviera desde Cayo Hueso a La Habana.
Algunos también le dan la del Presidente y la del Daiquiri, aunque solamente los adapto a la formulación actual. Al primero en base al creado y debilidad del presidente y general cubano Mario García Menocal. Y el segundo añadiendo el hielo frapé y el marrasquino, con el que le dio el toque mágico que hoy le distingue y extrapolo al resto del planeta.
Y es que aunque en su exterior luzca su eslogan “La cuna del Daiquiri”, esta es una verdad a medias, ya su receta original se atribuye a Jennings Cox, ingeniero estadounidense trabajador de la mina de hierro en Santiago de Cuba, quien se lo sirvió a su amigo Giacomo Pagliuchi en la playa de Daiquiri, quien lo bautizó. Combinación que surgió al quedarse sin ginebra, y servirle ron cubano suavizado con zumo de limón y azúcar. Amigos que la extrapolaron al hotel Venus del que eran clientes, ganando pronto múltiples adeptos, entre ellos el cantinero español Emiliano González –conocido como el Maragato- que lo introdujo en el hotel Plaza en la Habana donde trabajaba y donde se lo dio a probar a su amigo Constante, que la llevo al Floridita y le dio su peculiar toque con el añadido de cinco gotas de marrasquino y hielo muy picado, naciendo el Daiquiri Floridita.
Pocos años más tarde, un día de 1928 en el que la canícula cubana era más intensa, entro por sus puertas el que desde ese momento sería el mejor valedor del local y de la adaptación personalizada que del cóctel le hizo Constante, el escritor americano Ernest Hemingway, que por entonces contaba 29 años y no disfrutaba de la fama obtenida posteriormente.
“Papa”, como fue conocido posteriormente por sus amigos, demando al cantinero catalán una combinación de ron pero sin azúcar al ser diabético. Quien le preparo su reconstituyente brebaje cambiando el azúcar por pomelo y dos dosis de ron por petición expresa del cliente. Nacía el luego denominado “Papa doble” y “Papa Hemingway”, al que el escritor menciono en diferentes ocasiones, entre ellas en su novela “Islas en el Golfo”.
Enamorado de Cuba, en ella pasó más de veinte años, residiendo en el hotel Ambos Mundos en la capital y en su finca Vigía en la cercana localidad de San Francisco de Paula. Llevando una vida de aventuras, intriga y excentricidad, pero también creando parte de sus obras más importantes con las que años más tarde en 1954 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, como “El viejo y el mar” y “Por quién doblan las campanas”.
Años en los que no dejo de visitar diariamente El Floridita, convirtiéndose en su más representativo cliente, ocupando la misma butaca –en la actualidad integrada en su escultura- y consumiendo un buen número de la combinación realizada ex proceso para él –se dice que un día llegó a beberse 16 cócteles-, e incluso llevando una para su consumo en el desplazamiento hasta su finca, a la vez que se convirtió en un atractivo turístico para los visitantes que arribaban a la ciudad. Con él brindó muchas veces en un local donde encontró un refugio amigable y lugar de inspiración. Consumo tan realizado, que se dice que son más de 1000 las fotografías suyas en el local, y que de ellas 999 sale con el cóctel en la mano.
En su honor El Floridita elaboro el 21 de julio de 2012 el Daiquiri más grande del mundo, registrado como tal como Récord Guinness. En él 30 cantineros elaboraron cada uno durante 30 minutos en 12 batidoras un total de 275 litros del coctel utilizando un total de 88 botellas de ron.
Una de las características desde que la propiedad fuese de Constante fue la música en directo en el lugar, amenizando diferentes grupos el amplio horario abierto al público. En el que el Trio Taicuba tiene un lugar en la historia al ser el titular del establecimiento durante 50 años, desde 1947 hasta 1997. Siendo el Quinteto D´Amore otro de sus referentes con más de dos décadas interpretando diariamente.
No son pocos los premios y reconocimientos del establecimiento en su ya larga historia. En 1953 la revista Esquire lo calificó como uno de los siete mejores bares del mundo, junto al Pied Piper Bar en San Francisco, el Ritz de París y el de Londres, Raffles en Singapur, Club 21 en Nueva York y Shelbourne en Dublin. En 1992 la Academia Norteamericana de Ciencias Gastronómicas le otorgó su premio como rey del Daiquiri y restaurante especializado en pescado y mariscos. En 2016 lo incluyeron en los 50 bares más famosos del mundo. En 2019 se le concedió el de Constancia de toda una vida y en 2022 como uno de los 50 más famosos bares de Norteamérica y el Caribe. Y en 2023 la publicación Taste Atlas lo reconoció como el número en el arte de la mixología –estudio de las bebidas y sus combinaciones-.
Como tampoco son pocas sus menciones y reflejos en diferentes obras literarios, así como el paso y degustación de sus elaboraciones de bebidas y comidas de personalidades y famosos de diferentes ámbitos y condiciones. E incluso en su interior se grabaron escenas de dos películas, en 1955 de “El viejo y el mar”, basado en la novela homónima de Hemingway, en el que los empleados del local colocaron un busto suyo en la pared sobre el sitio en que solía sentarse. Y en en 2015 escenas de la película “Papa Hemingway en Cuba”, el primero filmado en Cuba con director y actores estadounidenses.
Local y coctel que desde 2015 son la referencia mundial de la coctelería anualmente, al celebrarse el evento “Rey del Daiquiri” con la participación de cócteleros y mixologos de diferentes países del mundo dedicado al clásico ,original batido a mano, organizado por el bar y la Asociación de Cantineros de Cuba.
Excelente manera de honrar tanta gloria y de mantenerla viva, tanto del establecimiento como de su cóctel más emblemático que le ha dado fama mundial, el Daiquiri. Del que en su carta, oferta en base a diferentes productos: Floridita, Papa Hemingway, Mulata, Shaken, Banana, Rebelde, Frescura, Fresa, Café y Mango, a un precio de 900 pesos cubanos o 6 euros o dólares.
AUTOR: Luis Javier Del Valle Vega.
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