François Mauriac, escritor francés, afirmó que “la muerte no nos roba los seres amados, al contrario nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo”. Y uno, reflexionando sobre esa máxima hace tiempo, la hace suya y la aplica más veces de las deseadas al ver irse a personas muy cercanas y quedarse huérfano de las mismas.
Especialmente sentida fue la última, el cercano domingo 22 de enero de 2017, cuando expiró Armando Álvarez Palacio. Amigo, Maestro de la vida, Compañero de aficiones comunes y ejemplar Vecino.
Fallecimiento que no llegó por sorpresa, dada su delicada salud en los últimos meses, pero no por ello fue menos triste y doloroso. Al que quiso sumarse el azar, llevándoselo un día de especial felicidad para el que suscribe, que recibía el galardón de “Quesero Mayor de Asturias 2016”, en el Certamen del quesu Afuega´l Pitu, en La Foz de Morcín, al que acudíamos juntos desde que nos conocimos.
Si escribir un obituario nunca es fácil, en esta ocasión lo es aún más. Me animó a ello, varios días después del fallecimiento, al considerarlo un pequeño homenaje a su figura, a los muchos momentos vividos y al carrusel de recuerdos que se superponen estos días en mi memoria.
Por su edad, bien podía ser mi padre, treinta y un años nos separan, y en cambió fue y como tal siempre lo consideré un amigo, haciendo buena la frase de la escritora asiática Jess C. Scott de que “los amigos son la familia que tú escoges”.
Nuestra relación comenzó allá por el año 1994, cuando casi me doblaba la edad, 63 años suyos sobre los 32 míos, nacida de ser vecinos en la urbanización dónde ambos fuimos a vivir, cuando él ya disfrutaba de su merecida jubilación. Urbanización, de la que Armando y María Luisa son el matrimonio de mayor edad, en la que las relaciones humanas han primado desde el primer momento, y en la que el tiempo se ha encargado de que muchos de nosotros no nos consideremos vecinos, sino amigos, como es nuestro caso.
Muchos recuerdos se agolpan, muchas tardes de largas charlas, muchos paseos, muchas reuniones con amigos, muchas comidas, muchas catas, muchos viajes, muchos momentos de complicidad y de alegría. Muchas y variadas experiencias y momentos, que harán que permanezca vivo siempre en mi memoria.
Por mi afición al deporte lo tenía ubicado desde la juventud. Él había sido el presidente del ejemplar Club Patín La Cibeles, que tanto nos hizo gozar a los ovetenses a inicios de la década de los años ochenta, cuando nuestro querido Real Oviedo no vivía sus mejores momentos, y sus logros hacían que un equipo amateur de un deporte minoritario marcara el ritmo deportivo de la ciudad.
A él estuvo ligado de por vida, convirtiéndose en su segunda familia. Primero, siendo un pionero del patinaje como jugador del equipo fundacional patrocinado por la fábrica de chocolates de la que tomó el nombre, luego como entrenador, directivo y finalmente presidente. Y constituyendo la Asociación de Amigos del Cibeles, cuando el equipo desapareció, de la que fue siempre su presidente primero y honorífico los dos últimos.
Pasión deportiva, cargada de recuerdos y anécdotas, incluidos sus inicios en el patinaje en el patio de la casa familiar en la calle Jesús, que nos fue transmitiendo a su entorno vecinal y que culminó involucrándonos en dicha Asociación, invitándonos a asistir a sus cenas de finales de año desde que se instauraron en 1998, Y a las que continuó asistiendo año tras año, la última celebrada el 29 de diciembre de 2016, la primera sin su presencia.
Otro deporte que vivió muy de cerca en su juventud, aunque no me consta que lo haya practicado nunca, fue el boxeo, siendo durante unos años vicepresidente de la Federación Asturiana de Boxeo, con el ahora delegado del Gobierno, ex alcalde de Oviedo y amigo personal, Gabino de Lorenzo como presidente. Armando no era muy futbolero, aunque lo veía por televisión habitualmente, decantándose por el Real Oviedo como equipo favorito.
A nivel personal, no sólo sería únicamente en esta Asociación dónde me involucrará, también lo hizo en el mundo de las Cofradías gastronómicas, guiando mi singladura en ellas desde 1997, cuando junto al común amigo y vecino Jorge Martínez, fue mi valedor y padrino ante la Cofradía de Amigos de los Quesos del Principado de Asturias, de la pasamos a ser entronizados dos años después como cofrades de número.
Juntos compartimos reuniones, comidas, jurados y viajes en torno a los quesos durante 17 años hasta el año 2013, en el que graves problemas motivaron mi salida junto con un grupo de veinte cofrades, ante la pena de Armando que se debatía entre lo que le decía su corazón y su cabeza, decidiendo quedarse con gran pena al ver irse a prácticamente todo el grupo de personas de su entorno, comprendiendo y entendiendo nuestra salida y la formación de una nueva Cofradía, el Círculo Gastronómico de los Quesos Asturianos. Séneca, el filósofo latino, dijo que “una de las más bellas cualidades de la verdadera amistad es entender y ser entendido” y con su postura mostró una vez más una de las grandes cualidades de las que hacía gala, la de verdadero amigo.
Cofradías Enogastronómicas, de las que también fue un pionero, estando activamente involucrado desde los inicios de estas. Involucración acentuada en las dos últimas décadas, cuando su inseparable María Luisa se jubiló después de toda una vida ejerciendo profesionalmente como azafata de vuelos internacionales, y se asentó definitivamente en Oviedo.
Estuvo presente en las fundaciones de Fecoga y Fecoes, las federaciones nacionales españolas, una a mediados de los años 80 y otra en el año 2001. Fue Cofrade de número de la mencionada Cofradía de los Quesos desde prácticamente sus inicios hasta su fallecimiento; de la de la Buena Mesa de Oviedo y de la de la Buena Mesa de la Mar de Salinas; Cofrade de Honor de una larga lista de Cofradías regionales, nacionales e internacionales; asistió a todos los congresos nacionales e internacionales de Fecoes y Ceuco –de las que era su embajador- y muy pocas o ninguna Cofradía habrá quedado sin que ellos asistieran a sus Capítulos.
Contados privilegiados como él pueden hacer buena la frase de la escritora americana Margaret Wlaker de que “los amigos y las buenas maneras te llevarán dónde el dinero no lo hará”. Y es que nadie, me atrevo a decir, cosecho tantos amigos, reconocimiento general y respeto, de que todos aquellos a los que visitaba con motivo de sus eventos como él lo logro con su bonhomía.
Cofradías y gastronomía, fueron dos de los pilares en la que se basó nuestra amistad. Auténtico gourmet, excelente cocinero, autoridad micológica, experto quesero, gran coctelero y catador de vinos. La gastronomía y su disfrute con su entorno y amigos fue una de sus máximas, ejerciendo siempre un protocolo de anfitrión difícil de igualar. Su ADN de inconformismo, creatividad y pasión, se manifestaba en su máxima expresión, cuando de gastronomía se trataba.
Pionero, junto a su querido hermano y amigo Lito, y de otros como Pepe Doncel, Antonín Blanco o los hermanos Ocaña, del estudio de los hongos en Oviedo y Asturias, fue fundador y presidente durante muchos años de la Sociedad Micológica La Corra en la década de los sesenta. Los aficionados a los hongos y las setas, tuvieron en estos abanderados durante décadas a los únicos expertos regionales que les podían ayudar y asesorar en la materia. Sus conocimientos en la materia, eran máximos y solamente su prudencia y humildad han impedido el reconocimiento que por su buen hacer y trabajo, sin duda ha merecido.
Junto a él pude vivir los últimos años y coletazos de esta peculiar sociedad, animándome a profundizar en el conocimiento en un mundo micológico, en el que había hecho mis primeros pinitos unos años antes con un pariente suyo, Tino de la Fuente, otro de los pioneros de una afición por aquél entonces nada extendida.
Y si de aficiones hablamos, no puedo menos que referirme al Grupo de Catas Las Alondras. Creado en 1995, compuesto por siete vecinos – Armando Álvarez, Arturo Miranda, Luis Barneo, Fernando Bastida, Javier del Valle, Jorge Martínez, Pachi Colunga- e Iñaqui Blanco, amigo personal del que suscribe al que sume al mismo desde sus inicios. Grupo que hicimos del conocimiento del vino nuestro nexo de unión, y del que fue un gran valedor hasta sus últimos días.
Catas internas y exteriores, comidas, presentaciones, reuniones y viajes, hicieron que nuestros encuentros fueran continuos, consolidando una amistad y una complicidad difícil de alcanzar, basada en el respeto mutuo y un espíritu de sinceridad.
Grupo nacido de una vecindad, de la que él también fue un abanderado. Extraño fue en sus inicios, ver como un urbanita carbayón de toda la vida se adaptaba a una forma de vida, a caballo entre lo urbano y lo rural, sin dejar su costumbre de ir todos los días a tomar sus vinos al centro con su entorno más cercano de amigos – su hermano Lito, Pepe Doncel, Toni Soto Jove y Antonin Blanco- como hizo desde que tenía memoria, como un día me dijo.
Su casa y su entrañable “jirafariu” –auténtico museo de recuerdos de toda una vida- fue lugar de habituales reuniones, estando abierta a todo aquél que lo necesitase. A pesar de la diferencia de edad, no hubo ninguna actividad de las muchas que se hicieron en la que no solamente no participase, sino que además era uno de los más entusiastas y animadores.
Largos fueron los paseos y caminatas, que dimos en su momento. Él con su inseparable Din, un foxterrier “cabroncete” regalo de Gabino de Lorenzo al que solamente le faltaba hablar, al que bautizó con su apodo juvenil, fiel compañero durante muchos años y como buen amante de los amantes una de sus pasiones. Y yo con mi bóxer Thor.
Paseos en los que no faltaron sus reflexiones sobre la etapa de la guerra civil que vivió exiliado en Arriondas; de la postguerra en la casa familiar de San Esteban de las Cruces y en Oviedo; de su etapa en la mili en la Figueras catalana, que tanto le marcó y aprendió; de su periplo estudiantil en la escuela de Comercio; de su breve paso como funcionario por el Ayuntamiento de Oviedo, trabajo que abandono para tomar el relevo de su padre junto con su hermano Lito en la sastrería familiar y fundar posteriormente Boutique Álvarez, ícono del comercio ovetense en la década de los sesenta y setenta; o de los gloriosos años vividos con el hockey sobre patines. Paseos que solían acabar en Latores, en casa de otro de sus buenos amigos, Avelino Cadavieco “el capitanín”, con conversaciones en las que me empape de conocimientos sobre Oviedo, Asturias, la vida y la amistad, que aún tengo muy presentes.
En fin, como dije son demasiado el carrusel de recuerdos, el hueco que deja Armando es grande, huérfanos a los que tuvimos la ocasión de vivir y compartir muchos momentos con él. Queda la satisfacción de que su vida fue la que deseo, viviéndola con gran intensidad, siempre bajo unas premisas de protocolo y caballerosidad difíciles de igual.
El filósofo francés Jean Paul Sastre, afirmó que “ser feliz es poseer los que se desea” y seguro que pocos lo han conseguido como él en su larga vida.
En las relaciones humanas siempre queda un PERO. Y ese fue una idea surgida en una reunión del Grupo de Catas Las Alondras, de promover que el Ayuntamiento de Oviedo, le diera su nombre a una de las calles de la ciudad a la que él tanto quería y de la que era uno de sus ciudadanos ejemplares, y que por diferentes motivos nunca se llevó a cabo. Nunca es tarde, si la dicha es buena, y aunque no es lo mismo recibir reconocimientos en vida – de los que él tuvo muchos – que ya fallecido, posiblemente sea el momento de retomar la misma y que su nombre figure en el callejero como un referente ciudadano, como un carbayón irrepetible.
El enigmático Ernest Hemingway escribió que “lo único que nos separa de la muerte es el tiempo”. Querido Armando, seguro que allí donde estés, lo estarás rodeado de tantas amistades que fuiste cosechando a lo largo de tú vida y disfrutando como siempre. Y también, seguro, que nos tendrás un sitio para aquellos que aquí quedamos y que siempre te tendremos en nuestro recuerdo. Se nos fue, lo que en el Principado de Asturias, definimos como un PAISANO. Descansa en paz, Amigo, Maestro, Compañero y vecino.