Marruecos, el Occidente de Oriente, se ha convertido por méritos propios en el destino más fascinante del Magreb. Salvaje, orgulloso e introvertido, pero a la vez abierto y hospitalario; profundamente tradicional y religioso sin renunciar a la modernidad; con una división geográfica y étnica que ha permitido la conservación de costumbres locales, pese a las diferentes colonizaciones sufridas; ciudades imperiales y cosmopolitas que contrastan con pueblos anclados en el tiempo; identidad políglota que despierta fascinación y revela manifiestos defectos; donde la costa da la mano a la montaña, el frío al calor, el desierto al verde más intenso y la sequedad a la fecundidad, en sinfonía de colores difícil de imaginar.
Dotada de grandes riquezas naturales, su territorio siempre fue deseo de otras civilizaciones a lo largo de su historia, y así fenicios, cartagineses, romanos y árabes arribaron a él por mar y tierra, dejando su impronta que se ha mantenido a lo largo del tiempo. Ya sea en el Mediterráneo, el Atlántico, en las montañas, en la meseta del interior del país o en el Sahara, cada pueblo, ciudad y región tiene una singularidad que la caracteriza, una historia, cultura, tradiciones, costumbres y gastronomía diferentes que enriquecen este país emergente.
Sus cuatro grandes ciudades iconos, son las conocidas como ciudades imperiales: Fez, Meknes, Marrakech y Rabat, llamadas así por haber ostentado a lo largo de la historia la capitalidad del reino, y cuyas Medinas en unas y sus centro históricos en otras, están inscritas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad en su apartado de Bien Cultural. Rabat ostenta en la actualidad la capitalidad, siendo Casablanca su primera ciudad en cuanto a número de habitantes y actividad económica.
Historia, cultura, religión y tradiciones, forman parte de la idiosincrasia de este país, que añade a las anteriores la Medina de Tetuán, la de Essaouria, la ciudadela de Mazagán, el sitio arqueológico de Volubilis y el Ksar Ait Ben Hadu, como otros lugares con idéntico distintivo otorgado por la Unesco.
En la actualidad Marrakech se ha convertido en el principal destino turístico, no sólo del país sino también del continente africano. Capital del sur, con sus impactantes colores que van del rojo al ocre pasando por el rosa, según la hora y luz del día, se extiende entre el palmeral, el desierto y las nevadas cumbres del Atlas. Capital del reino en los siglos XI y XII, fue un importante centro político, económico y cultural del Occidente musulmán, de cuyo período datan edificaciones como la mezquita de Koutoubia –cuya torre recuerda a la Giralda sevillana- las murallas almenadas y sus puertas monumentales, a los que se suman otras joyas arquitectónicas de épocas más recientes como las tumbas saudíes, el palacio el-Badi, la mezquita y madraza de Ben Yússe o el palacio de la Bahía.
Mezquita de la Koutoubia,
Sin duda el símbolo de Marrakech es la plaza Djemaa el-Fna, fundada en el siglo XI, situada en el centro de la ciudad, entrada y salida de la populosa Medina. Diseñada triangularmente, lugar donde antiguamente los sultanes colgaban a los rebeldes y dejaban allí sus cabezas, está rodeada en la actualidad de restaurantes, hoteles, tiendas y edificios públicos, siendo el epicentro de todas las tradiciones culturales populares, que utilizan la música, la religión y múltiples expresiones artísticas para manifestarse. Puestos de comida al aire libre, de zumos, herboristas, encantadores de serpientes, músicos, acróbatas, cuentacuentos, aguadores, malabaristas, estafadores y un sinfín de personajes, atraen a visitantes y a lugareños. Por todo ello ha sido merecedora de la declaración de Patrimonio Mundial de la Unesco en 2008, al ser “una obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad”.
La plaza durante el día.
Cuenta el reino alauita con casi 3.500 kilómetros de costa, y aunque su población vive de espaldas al mar, su litoral atlántico ha sido crucial históricamente para el comercio marítimo del país, mientras que el litoral mediterráneo ha vivido bajo la influencia española. Essaouria, a 171 kilómetros de Marrakech, es una de sus ciudades costeras atlánticas más atractivas y su Medina está catalogada desde 2001 como Patrimonio de la Humanidad.
Ciudad del viento y la luz, está apodada como “la perla del Atlántico”, “la bella durmiente” o “la bien guardada”, es conocida también como Mogador –nombre dado por los portugueses en el siglo XVI-, cuenta con unas murallas y fortaleza perfectamente conservadas, siendo un ejemplo de arquitectura militar europea de plaza fuerte construida en África del Norte. En la actualidad es un puerto pesquero de primera importancia, que bulle de actividad, con pescadores, astilleros, artesanos de útiles de pesca y vendedores de pescados que realizan sus actividades como desde hace siglos, y en el que no falta la obsesiva presencia de las gaviotas. Los llamativos puestos de los zocos, la fuerza irresistible de los vientos, el encanto de sus calles y su importante Medina, completan y justifican que fuese elegida como prioritaria en el último plan de desarrollo turístico del país.
Puerto y torre de Essaouria.
Especial sensación causa cruzar el Gran Atlas, desde Marrakech hasta Ouarzazate, en el sur del país y puerta del desierto. Es la conocida como la “ruta de las mil kasbas”, que atraviesa la espectacular cordillera por el puerto de Tichka (2260 m) salvando más de1600 metros de desnivel de subida y 700 metros de bajada. Es la única vía de comunicación, y lo hace a través de una sinuosa y peligrosa carretera de doble sentido, que a cambio ofrece la visión de montañas de caprichosas formas, arquitectura autóctona y un paisanaje anclado en el pastoreo y la venta de lo más inimaginable a los turista, a la vez que permite disfrutar de las colores de una tierra que van del dorado y el naranja a tonos rosas, rojos y violetas increíbles, debido a los depósitos de minerales prehistóricos.
Pueblo atravesando el gran Atlas.
La Kasbah es un tipo de hábitat original e ingenioso de los bereberes, es una casa fortificada con torres en las esquinas, construidas en adobe, una mezcla de barro y paja que permite el aislamiento del frío y del calor; denominándose Ksar al pueblo amurallado y protegido por torres de vigilancia, que incluye kasbah, viviendas con su calles y plaza y la correspondiente mezquita. El Ksar más famoso es el Ksar Ait Ben Hadu, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1987, cercano a Ouarzazate, fue uno de los grandes centros económicos y culturales desde la más alta antigüedad, cobijando bajo su color ocre media docena de kasbas, casas, callejones y torres y que ha servido y sirve de plató natural para la grabación de numerosas producciones cinematográficas internacionales, como Lawrance de Arabia, Gladiator o Alejandro Magno.
Ksar Ait Ben Hadu.
Y si hablamos del séptimo arte, este ha encontrado en la región de Souss-Massa-Draâ, y en concreto en Ouarzazate una de sus mecas. Esta ciudad fundada en 1928 por el protectorado francés, para controlar las fronteras con el Sahara, es llamada “la puerta del desierto” y también “El Hollywood del desierto”. A sus paisajes naturales, supo desarrollar las infraestructuras culturales y las formaciones en los oficios del cine, disponiendo en la actualidad de tres estudios cinematográficos, un museo del cine y varias mesetas naturales a disposición de esta industria.
Entrada a los Studios Cinema, en Ouarzazate.
Ouarzazate es una ciudad de corte moderno, elegante, con construcciones de estilo europeo y pulcra, que se extiende en medio de una meseta desértica y es un paso esencial en el camino que conduce a los infinitos espacios entre las dunas y los oasis, cuyo símbolo es la Kasbah de Taourirt, construida a mediados del siglo XVIII ubicada en el centro de la ciudad, siendo también de especial relevancia la Kasbah de Tifoultout.
Kasbah de Taourirt.
Tinehir entre Ouarzazate y Erfoud, es el acceso natural al magnífico palmeral del Todra, al abrigo del paso del río del mismo nombre, con cercanas kasbas y ksars, y cuya continuación por carretera conduce a las gargantas y desfiladero del Todra, de largo tallado en roca causado por sus aguas, que en alguna zona alcanza los 300 metros de altura.
Gargantas y desfiladero del Todra.
Erfoud, es una pequeña ciudad que aún no ha cumplido el siglo de vida, es una de las que marca el comienzo del desierto y el territorio de los “Tuareg” los señores del desierto, los hombres azules. Es el punto de partida para internarse en una aventura por el desierto y las dunas, disfrutar de un amanecer o un atardecer, que harán que sus recuerdos luego serán inolvidables u optar por disfrutar del valle del Ziz, con el espectacular de más de 800.000 palmeras datileras, auténtico sustento económico de la zona. Especialmente recomendable es la visita a un taller de extracción y trabajos de fósiles, obtenidos de las grandes piezas procedentes de los ricos depósitos con los que cuenta la región.
Vista general del valle de Ziz.
Desde Erfoud a Zagora, el visitante disfrutará de un paisaje semilunar, desértico, sin apenas vegetación, en el que no es extraño observar manadas de dromedarios salvajes y familias nómadas con sus animales, antes de llegar a Rissani. La actual capital del Tafilalt, sustituyó a la famosa y misteriosa ciudad de Sidjilmassa, auténtico centro del comercio transahariano y cuya fundación data del 758, y que tiene en la hermosa puerta monumental de la kasba de Mulay Ismael y en el mausoleo de Mulay Alí Jerife, fundador de la dinastía alaui, sus monumentos de referencia.
Puerta de Mulay Ismael.
Zagora tiene su origen en una fortaleza de principios del siglo XI, la ciudad actual es de creación reciente (1997) es la capital de la provincia de mismo nombre, auténtica puerta del desierto sahariano y limítrofe con Argelia. A pesar de su juventud, siempre fue un importante punto de parada de las caravanas comerciales y de viajeros por el desierto, como bien indican sus famosos carteles, en el que indican a “Tombouctou 52 jours” distancia que la separa en días de camello de la ciudad perteneciente a Malí.
Entre Zagora y Ouarzazate se extiende el valle que forma el río Drâa, el más largo de Marruecos, valle de excepcional belleza que cuenta con un oasis de 260 kilómetros, dónde el agua de reflejos verdes fluye entre más de 3.000.000 de palmeras, huertos de frutas, kasbas y ksars. El recorrido por este valle, única zona fértil en una región árida, permite el peculiar espectáculo del serpenteo del río por palmerales datileras, frutales, montañas ocres, bonitos pueblos con casas de adobe erosionados por el tiempo y llamativas puertas, que permanecen en la retina del visitante. Los dátiles –considerado auténtico don de Dios- y las plantaciones de henna, apreciada por sus virtudes cosméticas y medicinales, son su sustento económico.
Plantación de henna y palmeras datileras.
No se puede hablar de un viaje por Marruecos, sin hablar de su gastronomía. Su culinaria, aunque asentada en las reglas del Corán tanto en sus hábitos alimenticias como en costumbres, cuenta con una gran riqueza y diversidad, con técnicas culinarias muy similares a las de cualquier cocina mediterránea, cuenta con manifiestas influencias bereberes, saharauis, árabes, moriscas y orientales.
Verduras, ensaladas, sopas y hojaldres rellenos (llamados briautes) forman los primeros platos, en los que la “harira” -contundente sopa que se toma al concluir el ayuno del Ramadán- y la “pastela” -múltiples capas finas de hojaldre, rellenas de pichón y que combina sabores dulces y picantes-, son las que más reconocimiento tienen.
El aceite de Argán es único en el mundo, extraído mediante métodos artesanales, es conocido como el oro líquido de Marruecos por su alto precio, con un coste aproximado de 90 € / litro. De color ambarino, su peculiar sabor a frutos secos tostados y a sésamo, así como su alto contenido de vitaminas antioxidantes lo hacen ideal en los desayunos y con ensaladas. Sin olvidar su especial relevancia sus múltiples aplicaciones cosméticas.
Mujeres obteniendo el aceite de Argan.
En los platos principales, la gran mayoría llevan carne, siendo el cuscús, el tajine y el mechoui sus platos más emblemáticos. El cuscús es el plato básico de la alimentación de su población y de las diferentes etnias; el tajine, elaborado mediante una cocción muy lenta con carbón de leña en el recipiente del que toma su nombre fabricado en barro cocido, cuenta con una base de aceite con especias o verduras, y/o frutas, frutos secos y carne; el mechoui”, es un cocido de ovejas enteras o medias, aunque en ocasiones se utilizan cabras o animales similares, con rellenos y aderezos diversos. El pescado y el marisco apenas se consume en el interior, siendo consumido en zonas costeras a la plancha o cocido, sin apenas manipulación.
Sirviendo un tajine.
El apartado de postres, está compuesto principalmente por frutas, dada la gran riqueza frutícola del país. Su repostería, de elaboraciones refinadas, no cuenta con una gran variedad, siendo su base de miel, almendras y otros frutos secos y se acompañan siempre de té a la menta. Mención especial merecen los dátiles, en sus múltiples variedades constituyen un alimento imprescindible.
La oferta de productos lácteos, es muy limitada, cuajadas y algún queso fresco componen la misma. No ocurre lo mismo con las especias, ordenadas jerárquicamente en función de su rareza y antigüedad, forman parte imprescindible de todas sus elaboraciones culinarias.
En cuanto a las bebidas, el té en sus diferentes variedades es la bebida nacional. Como en el resto de los países musulmanes, el alcohol está prohibido por la religión, sin embargo el país produce y exporta vino desde tiempos remotos. Cuenta con tres zonas productoras y es habitual encontrarlos en las ofertas gastronómicas de restaurantes, así como cervezas de fabricación nacional que compiten con contrastadas marcas foráneas.