Está claro que en nuestras ciudades andamos rematadamente mal de la azotea. Miro para los altos y veo techumbres de delirio adefesiante sobre edificios que hasta hace poco mantenían un porte clásico y una integridad estética. Esos tejados de vanguardia estrafalaria los han convertido en monstrucciones.
Me plantea esto una seria reflexión: Decía Aranguren que sin ética no hay estética, y por mi cuenta apunto a que sin estética, o mejor, sin coherencia estética, tampoco puede haber ética. Son vasos comunicantes que al ser atacados unilateralmente se perjudican en simultáneo.
En otras palabras: cuando se autoriza un esperpento estético queda patente una carencia de escrúpulos, en principio estéticos. Pero se me antoja que quien carece de estos acaba careciendo de los otros, y, si mete mierda por la boca de la estética asomará inexorablemente por la otra boca, la de la ética.
No pongo en duda las presiones que sufre “quien corresponda”; lo he visto muchas veces y en muchos casos se justifican con los argumentos de prioridad, de economía, de modernidad y otros como la higiene. Pero de tanto querer ser sanos y vanguardistas caen en una insana neofilia infantiloide y en la ausencia de supervisión, del vistazo final reflexivo a proyectos que chirrían en sí y en su entorno. Y caen también en la sordera ante el clamor popular que suele ser dignamente conservador.
Elegimos a nuestros mandatarios suponiendo su honradez, su capacidad de gestión y de trabajo, y dejamos a un lado su fondo cultural, su sensibilidad estética. Sus gustos personales aparecen como anécdotas sin importancia, pero, al paso del tiempo eso impregna su gestión y deriva en tomas de decisión abocadas al esperpento.
Nuestras ciudades no son sólo gente, negocios o actividades. Son también piedras en el suelo y en los muros; tejados de los de siempre, árboles que han tardado en crecer, plazas donde se juega y se toma el sol. En suma, entornos donde hemos vivido y que forman nuestro paisaje interior y una herencia única. Si se quieren experimentos, ya se sabe: los de química en casa y con gaseosa. Y los de tejados delirantes o urbanismo revolucionario, en las afueras, en espacios exentos y con cuidado, no sea que oculten a Santa María del Naranco con el pretexto de dialogar con ella.
Como nota de humor ahí va la definición que mi inolvidada esposa hizo de la palabra azotea: Parte superior de edificios arábigos en donde se fustiga a los cautivos con una antorcha
1 comentario
# MAK Responder
06/06/2011 04:45AUNEMOS COMO BIEN DICES LA ESTÉTICA Y LA ETICA PARA SABER CONSERVAR ADECUADAMENTE NUESTRO PATRIMONIO