A mí, como a muchos de mi edad, los R.R.M.M. me trajeron un sinfín de juguetes de hojadelata cuando era un crío. Lo primero era desembalarlos para ir rompiendo misterios: el paquete en papel de regalo, la cajita de cartón que ya anunciaba su contenido, y el objeto en sí. Ya fuera un motociclista, un tiovivo, un barco de guerra con dos avioncitos que lo sobrevolaban, un tanque o un avión hibridado con un autogiro, todos tenían colores vivos sobre un diseño ingenuo, un motorcito de resorte al que se daba cuerda con una llave incorporada que se movía en sentido contrario durante los momentos de operación.
El idilio con el juguete incólume duraba más o menos dependiendo de varios factores: su precio, su versatilidad para combinarlo en otros juegos y la curiosidad mayor o menor que sintiéramos hacia sus entrañas de hierro. Al final, salvo milagros, los juguetes pasaban a la fase de manualidades inquisitivo-destructivas. Es decir, que con las pocas herramientas que entonces había en cualquier hogar –un destornillador, unas tenazas, un martillo y poco más- nos las arreglábamos para hacerle la autopsia a cualquier artilugio.
Primero destapábamos la parte inferior desplegando las pestañitas de sujección. Después íbamos desmontando ejes, chasis, muelles y todo lo demás. Por último quedaban en nuestras manos chapas retorcidas y unas cuantas ruedecitas dentadas que nos mantenían fascinados durante una temporada, y así, hasta el próximo juguete.
Descubro a mi edad que sigo queriendo desarmar juguetes, pero, claro está, la escala ha crecido. Lo que yo quiero desmontar (hasta quedarme con las ruedas dentadas) es el inmenso juguete llamado Edificio Calatrava. Le prometo un diálogo infinitamente más jugoso y fructífero que el que su autor preconiza con las torres colindantes, y de paso, sigo jugando, que no está mal a mis años.
Nadie discutirá que eso es un JUGUETE con mayúsculas, pero poco más. Si no, que se lo pregunten a quienes trabajan arriba y están aterrorizados ante una posible emergencia. Me han dicho que la escalera está especialmente diseñada para que el pánico produzca tumulto aplastador. ¿Por qué no la prueban haciendo bajar por ella a Calatrava con fuego en el culo? Seguro que establecería un diálogo con escalones y paredes lleno de obscenidades y blasfemias antes de llegar a su merecido y no llorado final.
En cuanto a la visera, insisto en mi derecho a jugar con ella y, por último, a desmontarla pieza a pieza. Ahora estoy mejor provisto de herramientas, y si me faltan, pediré voluntarios que me las prestarán gustosos. Les prometo un trozo de chatarra a todos pos participantes en el “diálogo”. Para mí solo quiero una fascinante rueda dentada. La que sea.
P.S. La foto es de una maqueta del armatoste que cayó en mis manos. Prometo desarmarla concienzudamente.
2 comentarios
# NET Responder
09/01/2012 17:22JUGUEMOS A DESARMAR EL GRAN JUGUETE, QUIZÁS NOS SORPRENDA CON SUCULENTA CARNE EN SU CARRO
# Felgue Responder
05/01/2013 20:32Dichosamente en las Escuelas de Arquitectura no es un autor venerado. Muestra casi la anti arquitectura con su grandonismo y carencia de funcionalidad. sin hablar de obras y escaleras que se caen... pero en Oviedo quien lo bendijo nos trajo la maldición.