El zoco poselectoral

Estamos asistiendo en los últimos días a espectáculos vergonzosos y vergonzantes. El protagonizado por la Presidenta del Congreso de los Diputados con ocasión de la suspensión en sus derechos y deberes parlamentarios de los Diputados procesados y en situación de prisión preventiva, que, sea por la vía del artículo 21.12º del Reglamento de la Cámara, sea por la del 383 Bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, debió haberse adoptado automáticamente, fue premonitorio de lo que nos esperaba.

El ruedo político se ha convertido en un zoco en el que todo está en venta.

Los vendedores de cargos y prebendas no escatiman argumentos. La negociación está alcanzando su acmé. Los argumentos se retuercen. Negociar con Vox es de fascistas; hacerlo con los asesinos de Bildu, de progresistas; Vox es la extrema derecha; Podemos, liberales. En la izquierda todo se ve con normalidad democrática. Puro fariseísmo. La política es una kk.

La victoria socialista fue importante y, por tanto, tiene la fuerza de los votos a su favor, aunque para calibrarla habrá que esperar al resultado de pactos y mangoneos varios que, en muchos casos, alterarán sustancialmente la voluntad del pueblo.

En realidad, tanto estas elecciones como las generales hacen buena aquella máxima que acuñé a lo largo de mi vida profesional que dice que «el poder no se gana, se pierde».

En el caso de Sánchez, este aserto adquiere especial relevancia. Su gestión no puede ser juzgada con la perspectiva histórica habitual de quien ha estado toda una Legislatura gobernando. Sus medidas, puramente estéticas, han sido acogidas con el jolgorio simplón de quien cree que la economía consiste en pulsar el botón de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre e imprimir más billetes, con la ignorancia de quien piensa que los problemas territoriales se solventan con más competencias y con más dinero, es decir, con la falta de rigor habitual de quien vota con todo menos con la cabeza. Lo pagaremos.

Aunque algunas de ellas fueron y son auténticamente incomestibles, como la transferencia de la competencia sobre las cárceles a Cataluña que nos está deparando el esperpéntico show de Oriol Pujol, que utiliza el recinto penitenciario como un hotel. Al mismo espectáculo asistiremos cuando los separatistas sean condenados. Y qué decir cuando se materialice la misma transferencia al País Vasco, que ya está comprometida desde el final de la anterior Legislatura. Todo por un puñado de votos.

Pero da igual, hemos perdido la noción de la ética y del sentido común. El PP sigue enmarañado en sus luchas internas. Menos mal que Alfonso Alonso y Borja Sempere, en el País Vasco, y Alberto Núñez Feijoo, en Galicia, han sufrido un severo castigo y sus voces discrepantes, sus intentos por «apuñalar» a Casado, han perdido fuelle.

No le haría mal al PP dejar a un lado discursos que apestan a nostalgia y naftalina.

Vox pierde peso, aunque su voto, paradójicamente, sea decisivo. Es lógico, o elimina de su programa contenidos intragables o su presencia en las instituciones –al igual que ocurrirá con Podemos- será efímera. Ambos son fruto del voto emocional, que se enfría con el paso del tiempo.

Cs no creció todo lo esperado, es un partido poco fiable, con un líder egocentrista, cambiante como una veleta, menos mal que nos queda Inés Arrimadas.

Podemos ha sido el claro perdedor. El fariseísmo de Pablo Iglesias, la compra de su chalet de lujo y las divisiones internas han sido la causa.

Pero que nadie se preocupe en exceso por el resultado de las negociaciones, porque, como dijo Eduardo Galeano: «El poder es como el violín: se toma con la izquierda y se toca con la derecha».    



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