Malaventura venezolana

 

La juramentación de Nicolás Maduro en el Tribunal Supremo de Justicia rompiendo el sentido que debería tener un evento de esa magnitud, más cuando la Asamblea Nacional Constituyente  instalada en agosto de 2017, llega  al día de hoy sin haber rematado  sus 411  artículos, hace nulo el cargo al ser una ruptura constitucional.

Hugo Chávez recibió, en la primera Constituyente de 1999,  el 87,7 por ciento de votos, siendo  ese alto sufragio  el comienzo de su revolución bolivariana. Hacer ahora una reforma que no ha sido ultimada, basándose en seguir ocupando la poltrona  presidencial, es una afrenta del actual mandamás  a su admirado Comandante. No sé  que le dirá el pajarillo que revolotea a su lado y habla con él, quizás se halle ahora  asustadizo y no tenga fuerza para piar.

La presencia de representaciones  extranjeras en la juramentación no ha sido un gaudeamus solemne, más bien una puesta en escena plastificada, ya que la  realidad palpable es otra: Nicolás Maduro no cuenta con  sólidos, inteligentes  y respetables coadjutores que le hagan  ver y razonar la realidad en la que mora.

 Si piensa que Abjasia, Osetia del Sur,  Nicaragua, Nauru, Vanuatu y Tuvalu, Siria, Cuba, Nicaragua y Bolivia  representan al conjunto político mundial, debería repasarse a sí mismo. Ah, Rusia, China. Si, es axiomático, pero ninguno de ellos hará otro movimiento  que no sea diplomacia de paraninfo. Apoyan sagazmente a cálculo   de la riqueza petrolífera. El proverbio es sabido: los países no tienen amigos, solamente intereses.  Y hasta ahí. Siempre ha sido de esa manera a lo largo de la tradición diplomática. Es un pretérito  perfecto.

 A esta altura del pandemónium que envuelve el país criollo cada vez más envuelto en  barullo, cantinela y algarabía, alguien, imbuido en  la vieja ironía  de don Francisco de Quevedo, quizá se pregunte, usando la picaresca del Buscón Don Pablos: ¿cómo es posible tomar posesión de lo que nunca se dejó de poseer a la fuerza y con los fusiles  en las calles y a cuenta de unas  bolsas de comida incompletas entregadas al quien le sigue por hambre?

Nicolás Maduro no es un estadista. Le falta cultura política,  carisma, don de gentes, atracción, sensibilidad, tino y mesura. Ha sido un fiel  vasallo de Hugo, el mejor,  y la carta que jugó Fidel Castro, una vez fallecido  el llamado “centauro de Sabaneta” –   supo que se iba del mundo cuando lo tuvo en La Habana -  era el mejor puntal para continuar sosteniendo las ayudas que necesitaba la isla.

Maduro actúa con  total impericia. Muchos de sus colaboradores le vienen traicionando  por ignorancia o  corruptela, ya que de todo hay esa viña chavista  que se va desparramando en estampida paulatinamente. Tiene La Fuerzas Armadas, pero ahí comienzan haber   fisuras.

Y la gran interrogación: ¿Se podrá sostener en esta su segunda juramentación? Sin duda seguirá un tiempo hasta que aquellos países que le apoyan a cuenta de intereses   mercantiles, encuentren un mejor asidero.

El país se halla en una situación de quiebra, no por   falta de riquezas  en su subsuelo y personal humano,  sino a consecuencia de la corrupción demencial, una estrategia financiera desbaratada  y esa política ideológica que comenzó a crecer hace 20 años con la llegada de un socialismo del siglo XXI que embaucó las esperanzas de una nación de indudables valores, hoy con más de 2 millones de exilados, hambre en los hogares y una ceguera de la realidad  que envuelve de manera  mocha y vil.

Hace tiempo los venezolanos poseían un lar  en el que vivir. La sociedad no se  hallaba dividida,  y los presidentes no deliraban con eternizarse en el poder.

Uno nunca he creído en revoluciones cuarteleras, sino en los cambios bajo las valías intrínsecas del ser humano.

Coincido con Günter Grass: “Las revoluciones han sustituido dependencia por dependencia y un yugo por otro yugo”.  Certero en  el caso de Venezuela.



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