Alma, corazón y vida

Después de tantas tormentas que alteran la repetitiva y , a veces, cansina vida diaria, se producen noticias, hechos, que todavía provocan  sorpresa, asombro y es este mismo asombro quien me obliga a escribir estas letras, por aquello de que uno cree, quizás ingenuamente, que todo aquello que engrandece al ser humano, debe ser conocido y divulgado y más en esta época de pre-verdad, post-verdad y tantas noticias falsas.

Todo ello ocurrió  el pasado lunes, 4 de junio de 2018, con motivo del fallecimiento de don Carlos María González Díaz,  padre del Colegio y con el que he compartido muchos momentos de la educación de sus hijos – he dado clase a David y a Juan – y del ocio de nuestros hijos – fueron muchos los sábados de fútbol , amistad, celebración  y fiestas, con alguna que otra derrota  que fortalecía su carácter, por aquello de que en la vida no siempre se gana…- y con cierta frecuencia, siempre que venía a Oviedo solíamos encontrarnos en algún que otro bar de la Avenida de Galicia y salían las típicas preguntas del : “¿Cómo estás?¿Cómo va la vida? ¿Qué tal los chavales? ¿Por dónde andan?...

El funeral por su eterno descanso tuvo lugar en la Parroquia de los Padres Carmelitas de Oviedo,  a las 17 h. de la tarde,  y fue presidido y celebrado por don Javier Gómez Cuesta, amigo de la familia y  párroco de San Pedro, de Gijón, acompañado por otros dos sacerdotes. El templo lleno y en los primeros bancos, como marca la tradición, la familia y sus seis hijos, cinco hombres y una mujer, con sus respectivas esposas, esposo, novias…. Un precioso ramillete. La misa se inicia y llega uno de sus momentos claves,  la Liturgia de la Palabra, donde la voz de Dios se hace presente en la lectura de las Sagradas Escrituras y después la  homilía del Sacerdote,  que en este ocasión se revistió de Fe, amistad y recuerdos para glosar la figura de un amigo, Carlos, que a lo largo de toda su vida fue “Alma, Corazón y Vida”, para todos y especialmente para los suyos y mucho más aún a raíz de la muerte de su esposa, Celina, hace quince años.

Cuando uno acude a un funeral – como bien decía el sacerdote – no va por mero acto social, sino por cariño, admiración y consideración hacia el difunto, hacia esa persona  con la que compartió  momentos importantes de su vida y  a la que rinde  gratitud con su presencia, e implorar al Padre de la Vida misericordia para  sus  culpas y pecados . 

En estos momentos del adiós   nos vienen a todos muchas  imágenes o vivencias   compartidas, y el sacerdote nos traslada a aquellas  tardes caseras de fútbol televisado  , interrumpido , a veces, por los juegos , travesuras , gritos y lloros de unos niños , hoy ya hombres y mujer, que despiden a un Padre que aman.  

Siempre he dicho que todos los oídos oyen, incluso los de aquellos que aparentemente tienen una actitud más displicente, más desganada, de ahí  la importancia, siempre,  de un mensaje pensado y organizado, pero cuando el corazón y el cariño se convierten en palabra, el desbordamiento es de tal magnitud que no hay presa quien lo contenga , quien lo frene, y eso nos ocurrió a todos los allí presentes según escuchábamos la  homilía del amigo, que  hablaba de  amor, de cielo, de felicidad;  los verdaderos e importantes objetivos de una vida auténticamente humana, y de ello nos han dado un buen ejemplo Celina y Carlos. El día 4 de junio me hubiera gustado tener una grabadora que guardase no sólo las palabras pronunciadas – en este escrito sólo reverberan algunas, no todas -  sino también los sentimientos y las escenas vividas.  No es frecuente encontrarse con personas tan agradecidas, cariñosas, delicadas, y de tanta categoría humana como han  mostrado los hijos de Carlos y Celina, tanto en el tanatorio como en el templo parroquial.  Decía don Javier que todo hombre tiene derecho a un “puñado de cariño” y tanto Carlos como Celina a lo largo de sus vidas se han hecho merecedores de mucho cariño y de ello damos fe  todos nosotros. ¡Que sus hijos hagan suyo tan excelente legado!

Al final del funeral, Javier, uno de los gemelos ,  entrecortado y emocionado,nos dijo unas palabras que engrandece aún más la ceremonia, y que en aras de la brevedad voy a sintetizar  en tres ideas : 1. Hemos sido unos privilegiados, pues siempre hemos vivido impregnados, protegidos y custodiados  por el amor de unas padres que se querían y nos querían mucho 2.  Hoy nuevamente se encuentran en el Cielo una entusiasta doctora de bata blanca y un simpático y socarrón funcionario.  3. Sabíamos que siempre estáis ahí, cuando os necesitamos. Muchas gracias a todos por vuestro apoyo.

Sé que todo esto no es fruto de la casualidad, sino del cariño y entrega de unos padres, de unas excelentes personas, que conocían bien su misión y que nos han recordado que sin amor no somos nada. De todo ello dan fe  mis palabras en el día de hoy.      

 

P.D “En la casa de mi Padre hay muchas estancias…Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros” (Evangelio San Juan 14, 1-6)  



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