Totalitarismo venezolano

 Examinando "Cinco escritos morales" de Umberto Eco, conferencias nacidas en universidades y revistas, nos centramos en una ponencia pronunciada en la Columbia University bajo el título "El fascismo eterno".

En pocas líneas, el filólogo italiano fallecido en febrero de 2016,  hacía una semblanza del pensamiento de  Mussolini pintada al carbón de esa filigrana  llamado Socialismo del Siglo XXI, una especie de arroz con mango sin  cereales ni frutas.

El autor de “El nombre de la rosa” expresaba que Benito Mussolini no poseía una filosofía política, “solamente una retórica”. El fascismo italiano, en su puesta en escena, fue el primero en crear una liturgia militar, un folklore  y una forma de vestir. En aquellos contornos  de la romana plaza Navona, la camisa negra; aquí, la roja.

Muchas analogías se podrían encontrar entre el dictador italiano y el mandamás criollo Nicolás Maduro, no obstante una cuartilla y media no es espacio suficiente para matizar  una idea ética y absoluta de esa realidad. Baste saber que en el actual régimen extremista  del país el culto a la personalidad del  jefe  máximo es una de las raíces ancladas en el absolutismo imperante.

La nación venezolana soporta tiempos arduos. ¿Pasarán? Indudablemente. Quedarán cicatrices, llagas, pus y un cansancio interior en la sociedad. Libertad y liberación, comentaba el mismo Umberto Eco, son una tarea que no acaba nunca y  en la que no se puede ceder ni un ápice.

El ser humano podrá tener enormes necesidades,  y aún así, una sola  de ellas le levanta del fango de la ignominia: el libre albedrío. Sin ese don, nuestro transitar sobre la tierra será indeciso, temeroso, recubierto de tinieblas, miedos y angustias. La historia de la humanidad es el relato de la libertad del hombre,  y en esa lucha perenne por mantenerla erguida,  “se puede y se debe aventurar la vida”, expresó Cervantes.

Sobre la mesa de labor, y  con en deseo ser testigos de un tiempo fuliginoso, están presentes los escritos del jesuita Marina y el sacerdote  Bouncher, en los que los dos coinciden en una veracidad: los hombres son libres por naturaleza, mientras alertan de que un pueblo no debe, ni puede en ningún tiempo, despojarse voluntariamente de sus derechos para entregárselos a la buena o mala voluntad de un individuo.  

Paulatinamente Maduro y los altos militares que todo lo decide, imponen sus proclamas totalitarias.

A recuento de una apesadumbrada experiencia en campos de penurias y fábricas tétricas durante años en su Rumania natal,  la Premio Nobel de Literatura 2009,  Herta Müller afirmó: “La ilusión es algo muy distinto a la utopía”.

Y extendía su desgarro:

“La fantasía está contra la utopía, ya que la misma es muy propensa a los totalitarismos.

Tan pronto pretende hacerse realidad, se vuelve rígida. Por fuerza debe restringirse a una sola variante. Y a partir de ahí aplicarle a la realidad aquello que tal vez sobre el papel aún no ha podido ser del todo explicado o resultaba ambivalente. No creo que haya nada peor ni más temerario que la realidad transformada en utopía. ¡Terrible! De ahí las dictaduras”.

En Berlín, en la Puerta de Brandeburgo, alguien  garabateó con  alquitrán sobre el muro divisorio de las dos Alemanias unas palabras que archivamos en nuestro pequeño cuadernillo  “Moleskine”: “La libertad es para el cuerpo social lo que la salud para cada individuo. Si el hombre dilapida el vigor ya no disfruta de placer; si la sociedad pierde la libertad, ésta se marchita y llega a desconocer sus genes”.

No es la primera vez que lo hemos dicho  con la necesidad de sensibilizarnos a nosotros mismos: coexistir en una democracia   es hacerlo con riesgo, al tratarse de una evolución que por su inestabilidad exige, más que ninguna otra, razonamiento,  penetrante reflexión y  cabales decisiones. Eso,  ser libres con sus compromisos,  es inexistente en la Venezuela de hoy.      



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