¿Cárcel o respeto a la legalidad?

Un amigo lector me pregunta por la vía que considero más eficaz para escarmentar a los independentistas, si la emprendida por la juez Lamela (Audiencia Nacional), que decretó el ingreso en la cárcel de los presuntos sediciosos, o la patrocinada por el magistrado Llarena (Tribunal Supremo), que optó por la prisión provisional eludible mediante fianza para Carmen Forcadell o la libertad provisional con fianza para el resto de los miembros de la Mesa, previa apostasía política de todos ellos, que asumieron la intervención derivada de la aplicación del 155, manifestaron que dejarían su actividad política futura o, si seguían ejerciéndola, lo harían renunciando a cualquier actuación fuera del marco constitucional, y que la DUI fue meramente simbólica, sin valor jurídico alguno. Declaraciones mendaces donde las haya, porque Forcadell se presenta de nuevo a las elecciones con un partido que tiene por bandera la independencia, pero, de momento, tuvieron que hincar la rodilla ante la justicia.

Difícil elección. La cárcel aplacará la chulería de la que hicieron gala contumaz Oriol y compañía; la vía Forcadell-caganer es quizás más humillante. La primera convierte a los afectados en héroes; la segunda, en villanos. Espero con impaciencia el momento en que el mentiroso compulsivo Oriol pase por el Tribunal Supremo y se convierta en caganer asumiendo que el proceso fue una broma, siempre que quiera salir de la cárcel, opción que solo a él corresponde y que no se ofrece a otros presuntos delincuentes.

Debemos reconocer a la juez Lamela el mérito de abrir camino. Sin su auto, nunca se hubiera iniciado la vía Forcadell-caganer.

No les arriendo la ganancia ni a unos ni a otros. Su soberbia, sus engaños, su hipocresía, su deslealtad, su arterismo les pasarán factura. El futuro procesal de Forcadell es quizás el que presenta coloraciones más oscuras. El magistrado Llarena la considera la actora principal, que ha demostrado una contumacia clara desatendiendo todas las decisiones judiciales. La cárcel, sin duda, la espera. El resto tampoco se librará. Nadie entendería que no fuera así.

La política catalana es difícilmente entendible. Con sus actores principales se podría rodar una película «a la española»: candidatos prófugos de la justicia, encarcelados, rufianes al más puro estilo rapero, y ni siquiera faltaría la Lola Flores del siglo XXI encarnada por Artur Mas, que, lejos de asumir con dignidad y honor sus responsabilidades pecuniarias, de las que estaba previamente advertido, se dedica a plañir en los medios de comunicación pidiendo limosna. En cualquier otro escenario, esta situación sería un escándalo; tratándose de secesionistas, los partidos de la izquierda, especialmente belicosos en otros casos de corrupción, son aquí solidarios. La soberanía nacional, la unidad de España, no importa.

Hay dos problemas que penden sobre este asunto que requieren algún comentario.

En primer lugar, la reforma constitucional pretendida por Pedro Sánchez se quiere presentar como una solución al independentismo, pero, lejos de ser el remedio, puede convertirse en una incógnita, en un rompecabezas. Solo sería admisible si se tratara de reforzar los poderes del Estado, al menos para supervisar más efizcamente sus competencias básicas, claramente abandonadas a su suerte.

En segundo lugar, el boicot a los productos «made in Cataluña». No patrocino esta política, pero, anímicamente, resulta difícil elegir un cava catalán cuando en la misma estantería tenemos un cava extremeño de similar calidad. Es el mismo sentimiento emocional de rechazo que experimentan quienes reniegan de ser españoles y pisotean la bandera nacional.

Según trates, te tratarán o, dicho en lenguaje refranero, con la vara que midas serás medido.

 

 



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