Tras la masacre, las conclusiones

El trágico suceso acontecido en BCN la pasada semana exige un análisis de la actuación de los representantes políticos y de los Mossos como sujetos responsables de nuestra seguridad, los primeros dirigiendo e impartiendo órdenes y los segundos ejecutándolas. El resultado no puede ser más penoso.

La clase política catalana ha sido invadida por un virus con capacidad de replicarse (hacer copias de sí mismo) con algún éxito entre la población, escaso ciertamente, aunque patente, cuyo máximo exponente es el Consejero de Interior cuya actuación en este luctuoso suceso ha sido repugnante. Utilizó un lenguaje excluyente desconociendo la dimensión e interés mundial del atentado; cuando todos los medios de información daban una cifra de trece muertos, el Consejero hablaba de un muerto; y en un ejercicio de suplantación de personalidad, distinguió entre victimas catalanas y españolas. Políticamente asqueroso y asqueante. La democracia no debería dar cabida en la función pública a este tipo de sujetos.

La Alcaldesa de BCN no se quedó atrás. Desoyó la recomendación de Interior de blindar los espacios públicos mediante la instalación de grandes maceteros o de bolardos y, por ello, debe alcanzarle la responsabilidad, al menos política, de las consecuencias del atentado. Esta semana parece que se enteró de la existencia de bolardos retráctiles que para nada entorpecen la intervención de las ambulancias y de los bomberos.

Los Mossos tuvieron una actuación manifiestamente mejorable. Fueron unos auténticos pardillos. Los datos son sonrojantes. El chalet de Alcanar arrasado por una explosión, que albergaba más de cien bombonas de butano, material explosivo, un muerto y un herido, que era, por tanto, el cuartel general de los terroristas, lo confundieron con un laboratorio de drogas, y eso a pesar de la advertencia de la jueza actuante. Ni una historieta de Mortadelo y Filemón lo hubiera superado. Cierto que un Mosso abatió a cuatro terroristas, pero para desgracia del Consejero de Interior, fue adiestrado en una de las unidades de élite del Ejercito español, concretamente en la Legión. No parece que tuviera la misma instrucción el que intervino en la muerte del quinto terrorista en Cambrils, que parecía estar haciendo prácticas de tiro. Lo del Imán una torpeza. La medalla de oro una afrenta y una mezquindad.

A buen seguro la Guardia Civil o la Policía Nacional hubieran sido capaces de detectar el problema y hubieran sugerido la adopción de medidas de protección de la población en un lugar tan expuesto como Las Ramblas, quizá el enclave más propicio de Europa para cometer un atentado de estas características, pues se trata de una paseo de unos mil doscientos metros, diáfano en su eje central y en ligero descenso.

Los Mossos no tienen experiencia alguna en la lucha antiterrorista. Es esta una competencia que asumió Cataluña gracias a la lectura trivial, política y transigente que hizo el Tribunal Constitucional del Estatuto de 2006. Con anterioridad su actuación se limitaba a la protección de las personas y los bienes, y a la vigilancia de los edificios y dependencias de la Generalidad. De aquellos polvos, estos lodos. Nada se improvisa.

Problemas tan serios como el terrorismo no se solucionan ni con manifestaciones ni con eslóganes, sino con actuaciones de prevención, vigilancia, coordinación y contundencia.

Por todo ello, con las victimas y sus familiares sí, pero yo no soy BCN, ni quiero serlo en tanto esté al frente de la Alcaldía una persona sectaria. Y tampoco soy catalán ni quiero serlo en tanto la clase política que gobierna esa Comunidad no sea vacunada contra el virus enfermizo y contaminante del secesionismo ilegal.

 



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