Un insensato no debería tener responsabilidades políticas

Siempre experimenté una especial fascinación por la cultura griega, por la obra de Aristóteles y Platón, por el jurista Solón y, al hilo de este sentimiento, el sistema de democracia directa me tenía subyugado: toda la aldea reunida en el Ágora decidía los destinos colectivos. Esta última sensación me duró exactamente el tiempo que tardé en asistir a concejos abiertos, en el transcurso de los cuales se esfumó mi delirio democrático al comprobar que nunca se votaba a favor del interés general sino en contra de alguien.

Algo similar ocurrió en la elección de Pedro Sánchez como Secretario General del PSOE. La militancia votó, ciertamente, pero lo hizo en contra del poder establecido, de los barones, más que a favor de Sánchez.

            No es extraño, por tanto, que el nuevo Secretario General pueda llegar a sufrir el llamado «Síndrome del impostor», que define a aquellos que sienten que no están a la altura de las responsabilidades que les han sido encomendadas y solo se explican su supervivencia por la suerte o la casualidad.

            La democracia directa ha dado su veredicto y los que no somos militantes socialistas estamos obligados a sufrir las consecuencias de la decisión, un sujeto cuyo perfil responde a la definición de insensato que nos da la RAE: «el que actúa con imprudencia e inmadurez en sus actos».

            «Nación de naciones», «Estado plurinacional», y lo que nos espera, conforman un cúmulo de insensateces solo comparable a las que tenían como autor a Zapatero. Sus propuestas para resolver lo que él llama problema catalán son tan etéreas, tan evanescentes, tan inconsistentes y tan zafias que solo son equiparables a las respuestas con las que nos obsequió en la entrevista que EL COMERCIO le hizo días atrás. Abrir en este momento político el melón de la reforma constitucional es de una temeridad rayana en la locura y es una muestra más de su insensatez. Y lo es porque el panorama político está plagado de kamikazes incapaces de consensuar nada que no sea destruir lo establecido. De la degradación moral imperante dio muestras Carmena con el caso de Miguel Ángel Blanco. Una Carmena no apta para ser juez pero sí para regir los destinos de Madrid. ¿Los políticos no deberían tener una edad de jubilación?

            La obsesión de Sánchez es acabar con el PP al que tacha de partido corrupto, como si el PSOE estuviera integrado por arcángeles. Todos los partidos acaban siendo corruptos porque la corrupción es al político lo que la sombra al cuerpo. Y, dicho sea de paso, prefiero a un partido que albergue en su seno la cuota parte que le corresponde de corruptos, por ejemplo, el PSOE tradicional, que un partido de secesionistas. La corrupción se combate con eficacia, el secesionismo campa a sus anchas y es muy dañino. Es como comparar una gripe con un cáncer.

            Si ver y oír a Sánchez es una penitencia, lo de la Portavoz Margarita Robles es un vía crucis. Cuando sale en la televisión no me resisto a echar una ojeada al mando para asegurarme de que estoy en condiciones de cambiar de canal. Aun así, si me sorprende con su voz aflautada, irremisiblemente pienso que no es un estado de derecho completo aquel que permite a sus jueces ejercer como políticos y, además, los declara en la situación de servicios especiales con reserva de plaza y puesto. Después se nos llena la boca reclamando independencia y neutralidad. Una Magistrada que dice que no apoyará la aplicación del artículo 155 de la Constitución sin ofrecer ninguna solución alternativa no es de fiar. Su paso por la portavocía de un partido la deja irremisiblemente contaminada para impartir justicia.

            Insensateces del sistema. Ya nos lo adelantó Buda: «El insensato que reconoce su insensatez es un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato».

 



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