José Naveiras Escanlar: Pepe, "el Ferreiro"

Cuenta la leyenda que Salime debe su denominación al diablo, que, al emerger del agua y aferrarse a la orilla, le dio nombre. No de Salime, sino de Grandas de Salime, «salió» una de las mentes más sensatas y creativas del siglo XX. Pocas personas en la historia tienen la oportunidad, la inteligencia y la intuición para vincular su nombre a su pueblo natal, y menos aún para situar a este en el mapa. Picasso y Málaga, Velázquez y Sevilla, Dalí y Figueres, Nadal y Manacor y, mutatis mutandis, Pepe «el Ferreiro» y Grandas de Salime.

Se define a sí mismo como «tonto sentimental e iluso». De tonto tiene lo justo para pasar el día. Sí es, sin embargo, sentimental e iluso. Se emociona con facilidad con las muestras de amistad y de cariño, y se dejó engañar en muchas ocasiones al pensar que el resto del mundo operaba con la misma buena fe que inspira cada uno de sus actos.

Tuve el honor de compartir charla con él hace unos días con ocasión de realizar el último tramo asturiano del Camino de Santiago, que finaliza en Grandas, antes de adentrarme en Galicia por el puerto del Acebo. Como siempre, me vino a la mente la película «Casablanca», en especial la famosa frase de Ingrid Bergman: «tócala otra vez, Sam». Cuéntamelo otra vez, Pepe; cuéntame otra vez el proceso de recuperación de la sillería de pizarra del pueblo de Salime con la que rehabilitaste el edificio de la rectoral que alberga actualmente el Museo Etnográfico. Y Pepe, sabedor de que ya me lo contó docenas de veces, pero inasequible al desaliento, relata de nuevo uno de los pasajes más brillantes del proceso de creación del emblemático museo.

Dos arquitectos, dos aparejadores y un ingeniero industrial reconocieron la importancia de recuperar aquella sillería, pero los procedimientos que propusieron para ello eran costosos y complicados. Relegaban la lógica de las cosas sencillas a la que estaba acostumbrado el «humilde» ferreiro. Unos bidones reciclados soldados a tubos de diferentes dimensiones, unos tablones de madera y una pequeña plataforma de tablas conformaron una barcaza ensamblada con alambres. Se calculó el peso partiendo del volumen y se recurrió a la técnica de que la carga quedara por debajo de la línea de flotación, de tal manera que cada piedra perdía de su peso el volumen de agua desalojada. Se aprovechó una bajada del nivel de las aguas por razones de mantenimiento de la presa para atar las piedras a los bidones y se esperó a que dicho nivel fuera subiendo para que la «potente flota naval» (en palabras de Pepe) hiciera su trabajo e izara la preciada carga a la superficie. Solo un genio con una inteligencia natural desbordante es capaz de hacer sencillo lo imposible.

Son muchas las anécdotas que salpican la fructífera existencia de Pepe. Una de las más graciosas me la recuerda Salvador Rodríguez Ambres, funcionario ejemplar, cuya contribución a la historia del museo y de la propia Grandas, debe ser adecuadamente resaltada. Asistían ambos a una romería en la ermita de Bedramón, donde se celebraba la tradición del agua. Pretendían recoger testimonios de los vecinos sobre el origen de esta fiesta. Pepe se encargaba de las entrevistas y Salvador, del reportaje fotográfico. Habían acudido en un Land Rover de Pepe Cachafeiro, a la sazón alcalde de Grandas, que carecía de llave de contacto y arrancaba con un destornillador. Al regreso intentaron poner en marcha el vetusto todo terreno y, cuando iban por el sexto intento sin conseguirlo, Pepe volvió la cabeza hacia la ermita y exclamó: «Que a Virxen de Bedramón nos axude». Giró el destornillador y el Land Rover arrancó. Dos agnósticos invocando la intervención de la Virgen: curioso y efectivo. ¿Se habrán convertido?

Es autor de frases lapidarias: «El ferreiro debe medir corto y el carpintero largo. El hierro estira, la madera sobrante se puede cortar».

Sus intervenciones parlamentarias, de las que fui testigo presencial, fueron ejemplo de sentido común, de sinceridad y de denuncia social.

La Administración no lo trató bien porque la política está plagada de mediocres que, por serlo, no se entienden con los genios.

Son las fiestas de la Ascensión ocasión propicia para recordar la obra de Pepe «el Ferreiro» y rendirle tributo de admiración. Creó un oasis en el desierto.

           

 

Ignacio Arias.



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