Arquitectos: ¿Apostamos por los profesionales?

Los arquitectos ven con preocupación como las administraciones públicas contribuyen al deterioro de las condiciones de trabajo de los profesionales, algo que va en contra de una economía regional robusta y competitiva

 

El pasado 23 de mayo tuvo lugar la primera asamblea ordinaria del 2017 del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias. Más allá de asuntos procedimentales y de orden interno, de escaso interés para la sociedad, el turno de ruegos y preguntas devino en un enriquecedor debate sobre el estado de las profesiones liberales.

Resulta preocupante observar como las administraciones públicas están colaborando con sus acciones, a un deterioro de las condiciones de trabajo de los profesionales que deberían ser valor añadido y estímulo de una economía regional más robusta y competitiva. 

Los criterios que juzgan la calidad de las propuestas se relegan en favor del precio como norma casi única de contratación. Y se hace en aras de un supuesto interés general cuyo contenido no alcanzamos a vislumbrar. Que las administraciones han de velar por el buen uso del dinero público es algo fuera de toda duda. Que el actual sistema de adjudicación no lo hace, también. Hemos entrado en una espiral descendente de bajas imposibles que, a su vez, se convierten en presupuestos de partida para siguientes contrataciones en un proceso sin fin que, necesariamente, está deteriorando la calidad del producto y menoscaba así el interés general que se dice defender.

Vivimos tiempos de cambio en los que debemos elegir entre permanecer anclados en viejos modelos productivos, poco competitivos a nivel global, o subirnos al tren de las nuevas sociedades del conocimiento. Para ello, no podemos seguir despreciando a los profesionales que proporcionan valor añadido y generan importantes retornos a la comunidad. Los honorarios profesionales de arquitectos, ingenieros, abogados, geógrafos, geólogos y un larguísimo etcétera de profesiones habitualmente licitantes representan un porcentaje muy pequeño del precio final de los proyectos que lideran, por lo que su reducción conlleva un ahorro irrelevante en términos económicos. Ahorro que, además, rara vez se consolida, pues la calidad de los trabajos obtenidos a precios irrisorios tiende a dejar bastante que desear, lo que abre la puerta a modificados y demás instrumentos con los que se intenta reconducir proyectos mal planteados de inicio, obteniendo al final productos de mala calidad y caros. Como dice el refranero, lo barato sale caro.



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