Conversemos de fútbol

Garrapateemos de lo trillado una y más veces hasta la  extenuación al ser en los actuales tiempos convulsivos urgente e inevitable.

Europa, esa encrucijada de mundos sobrepuestos, no es una vivencia al viejo estilo de la avenencia romana de los césares, sino una idea arribada   de Grecia mucho antes de que la filosofía dejara de ser un pensamiento abstracto para convertirse en los fueros del  sentido  común.

Viniendo del Caribe – ese mar interior  de las aventuras a lo Emilio Salgari o Julio Verne pasando del “mare clausum” al “mare liberum” – vagabundeamos  sobre senderos vetustos en un nuevo periplo de cansancio y hastío, pensando que mejor es recordar esencias que volver a esos aeropuertos convertidos en zonas del sobresaltos.

Con alguna certeza los cuerpos policiales creen que todos los  viajeros somos extremistas, y algunos posiblemente parezcamos  poseer sus rostros y malicias, ya que las autoridades nos zarandean y requisan en busca del arma mortal que devastará el planeta ignorantes de que el mundo actual se está autodestruyendo él mismo sin ayuda de nadie.

En medio de la marabunta que envuelve el planeta azul tal hermoso en la lejanía, nos salvan los libros, al seguir siendo ellos guardianas sempiternas de la ilustración. Escarbar en la estantería intentando encontrar el compendio pasmoso de las ideas aún no resurgidas en la mente humana, es un delicioso escape comparado solamente con una panorámica a la caída de la tarde sobre un farallón en la isla de Capri, vislumbrando la bahía de Nápoles, las cercanas costas de Sorrento colgadas entre vericuetos de luz pálida y batientes terrazas recubiertas de limoneros agrios o los cañaverales en  los arrozales valencianos de la Albufera.

Los medios de comunicación  hablan  de ventarrones de muerte a recuento de los atentados que se anuncian en los puntos ubicados en la mira de los grupos terroristas. Hay una preocupación general y, aún así, la vida sigue sin descanso. Es imperecedera haciendo sus deberes diarios y solamente es vapuleada durante  unas horas cuando los estallidos de bombas o descarga de fusiles desgarran sus movimientos naturales.

La aprensión está ahí, como la luz del día o la oscuridad de la noche sempiterna. La Fallaci, Oriana, sin usar subterfugios ni eufemismos, nos decía en sus libros que  la amenaza actual no es el fundamentalismo musulmán, ni el terrorismo islamista, ni cierta interpretación radical de los textos de Mahoma. Para la escritora  italiana el núcleo  se levantaba sobre la pasividad de Occidente – en particular de Europa para la cual había  creado el neologismo,  “eurabia” - ante la extensión creciente en su suelo de individuos que comparten ese credo y van estableciendo "islas del Derecho" donde la sharia, y no la ley del sentido común, regula las relaciones sociales.

La renombrada periodista señalaba de manera radical la torpeza de Occidente: “Nuestra tecnología y nuestra estupidez, nuestro triunfo intelectual y nuestro cáncer moral, en definitiva,  nuestro paradójico suicidio”, es ese abrir puertas a quienes pretenden destruir el cristianismo –y lo decía  quien  afirmaba ser “atea cristiana” –, la democracia y el sistema jurídico basado sobre la existencia de los derechos humanos.

El mundo en que vivimos no es equitativo,  es en demasía excesivamente  injusto. Aún así  contiene valores, esencias primogénitas,  que deben imperar contra la barbarie.  Si a cada instante comenzamos a realizar la transacción de los bucaneros - ojo por ojo-  llegará un tiempo en que toda la humanidad quedará ciega. 

 Dialogar perennemente, sin descanso. Conversar por encima de las tumbas con el otro que, si se reflejara en un espejo, terminaría siendo  la imagen de nuestra propia efigie. Ellos nos llaman enemigos, nosotros a ellos igual.

¿En qué lugar está la mitad del medio? Sobre la conversa, en echar un párrafo como se dice normalmente.  Se podía comenzar hablando del balompié. Hemos visto en la mayoría de los países árabes que cuando se celebra un encuentro del Real Madrid o Club de Fútbol Barcelona, los bares de café o té moruno se llenan a rebosar. 

En esas tardes o noches  se inmovilizan las ciudades y pueblos a la vez que  las medinas o zocos se ensombrecen, y aún cuando suena la voz del almuecín  con su canto sincrónico llamado a la oración, el ajetreo  del deporte rey se vuelve un bálsamo,  siendo entonces cuando el discernimiento pasa a convertirse en sosiego y pasión compartida.

 



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