El honor de Francia

La noticia es conocida: Emmanuel Macron ya es presidente de Francia tras  imponerse a la ultraderechista Marine Le Pen. Quizás con ello las palabras Libertad,  Igualdad y Fraternidad,  salidas de una revolución que cortó de cuajo en la guillotina miles de cabezas, sean hoy símbolo de los derechos humanos.  Desgraciadamente la muerte da vida. O eso creemos.

El problema del joven político galo es saber gobernar el país. Le falta experiencia aunque no inteligencia. Charles De Gaulle lo expresó: “¿Quién puede predecir la reacción de un pueblo que tiene 270 quesos, se atiborra de grasas y no duerme la siesta?”.

 La derrotada Marine Le Pen cometió - eso creemos sin poseer la verdad -   un error al centrar su campaña contra el Euro y la Unión Europea. La juventud, que votó en masa, no comulga con cerrar fronteras. Las ideas barbilampiñas son abiertas, cara al aire y a los caminos sin recovecos.

Ante todo lo sucedido  ahora recordamos la votación de los franceses el 29 de mayo de 2005, en el Referéndum sobre  el Tratado que establecía una Constitución para Europa. Ese día dijeron “no” a la pregunta: “¿Aprueba usted el proyecto de ley que autoriza la ratificación del tratado que establece una Constitución para Europa?”

En esa fecha los galos han negado la Constitución Europea, habiendo sido el acto más transcendental desde que Carlomagno, justamente rey de los francos, tuvo cierta idea de esas tierras al ser proclamado emperador de Occidente.

El golpe entonces fue bajo e innoble y en esa fecha escribimos: “Europa puede vivir sin Francia; ahora veremos si París lo puede hacer sin la actual  Europa”. El triunfo de Macron demuestra que no.

La Carta Magna europea no está para sustituir las constituciones existentes, sino que coexiste con ellas y ofrece unas innegables posibilidades de bienestar general. Muchos piensan ya que Francia debería ser consecuente con esa votación y abandonar la Unión Europea. Uno no debería estar donde no le gusta estar.

Con aquella estampida, ya salvada el domingo,  se pudo haber llevado el  inmovilismo que  corroe el sistema de protección social que no podía sostener y comenzar a vivir con la demagogia de un partido comunista que permanece en el estalinismo social, mientras duerme con una derecha acobardada, asustadiza e incapaz de ver más allá del pote de coles.  Y pensamos: Francia, c´est fini. 

Se intentó, y casi se consigue, hacer echo añicos el sueño de libertades y convivencias económicas en un marco común, dentro de un modelo de sociedad para el siglo XXI, abriendo con ello puertas a un bonapartismo,  cuya figura central y déspota  fue Napoleón III.

Siendo en aquellos días Jacques Chirac presidente, si hubiera tenido un mínimo de decencia política hubiera abandonado el Palacio del Elíseo y con él  su primer ministro Jean-Pierre Raffarin.

Los dos, al unísono,  habían a Francia en el albañal  al ser incapaces de conjurar una crisis de proporciones catastróficas.

El canto de cisne de Chirac rogando el voto para el “sí” el día final de campaña, fue patético, demostrando que su liderazgo hacía aguas y no contaba ya con el carisma necesario para entusiasmar a un pueblo. Cuando eso sucede, el adiós y despedida es el único gesto noble posible.

Sobre ese fracaso ya empequeñecido ante la victoria hoy de Emmanuel Macron, al insinuársele a Raffarin la idea de convocar un nuevo referéndum dentro de unos meses, pronunció una frase lapidaria, hueca  y decadente, como sin con ello deseara salvar su honor y el de su patria: “Francia no dice 'sí' un día y 'no' el otro. Francia se expresa una vez. No habrá segunda vuelta. No hay una segunda oportunidad”.

Los pueblos, cuando cubren sus frustraciones de dudas y  temores y no intentan una segunda oportunidad, sucumben de mengua.

Doce años después el joven Macron salvó  la injusticia de Francia.

 



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