El sempiterno viaje

 

Partimos de un viento a otro  buscando la imperante necesidad de retener el tiempo ido antes  del definitivo encuentro con   Ítaca y sus tumbas de mármol. El lugar nos lo marcó a cincel Constantino Kavafis.  

La lista se hace larga: Rabat, Tánger, Nairobi, Belgrado, Milán, Viena, Budapest, Córdoba, Belgrado, Asturias, Valencia, Granada, cumbres del Guadarrama, serranías de Teruel, hondonadas toledanas y un Tajo cuarteado de barrancos.

Claudio Magris  - peregrino de rutas y  de sus propios recovecos interiores – nos dice en “El  infinito viajar”: “A  veces los lugares hablan,  otras callan, tienen sus epitafios y sus hermetismos”.

Fugaz visita hace unos días  a las tierras  lombardas del Milanato. Los seductores lagos prensados  de luz,  se contemplan matizados tras brumas lechosas en paisajes nostálgicos y primaverales.

Del Lago Maggiore al Como, y de aquí a Di Garda. Calma y luminiscencia. Emoción afectiva de un hombre con el sol a las espaldas, y aún así con las intactas ansias de seguir mirando la grandeza de la raza humana y sus creaciones asombrosas.

En Milán,  recogimiento interior  ante el fresco de Leonardo da Vinci “La última cena”, capricho genial  de Ludovico “El Moro” en el refectorio en Santa María delle Grazie, un oratorio  renacentista y linajuda.

El cuadro es un milagro en sí mismo. Técnicamente fracasado al ser pintado con destrezas que al final no dieron el resultado apetecido, lo sobrenatural y prodigioso es que aún esté ahí, pegado a la pared, tras ser convertido en establo, campo de tiro  y dañado gravemente durante la Segunda Guerra Mundial.

No debemos asombrarnos: Italia tiene al Sumo Pontífice hacedor de prodigios, y también a la “camorra” protectora de santos pendencieros. Dios tal vez sea milanés,  aún no asumiendo  el linaje.

En la plaza de Duomo, ojeando en una librería de la “Galería Vittorio Emmanuel II” cuya bóveda grandiosa construida en hierro y cristal, supimos con más claridad que Giovanni Sartori – Premios Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2005 y fallecido en los primeros días de abril - representaba esa conciencia italiana que se ha expandido en Europa y cuyas doctrinas van del hombre en la sociedad y sus formas de organización a  la semiótica, apretadas a un torbellino de conceptos apuntalados en la democracia y sus parámetros en estos lapsos de materialismo dialéctico.

A  debido  a su talento, y haciendo posada y fonda   en Piazza Sraffa, hay que  volver a leer a  Sartori, maestro  de la “filosofía moderna” e impulsor de  la Facultad de Ciencias Políticas, la "Cesare Alfieri", reconocida como un faro en el labrantío  del saber occidental.

En sus compromisos en torno al mundo de la comunicación, jorungó el papel de los medios en la sociedad partiendo de que  los “mass media” mueven un espacio   primordial, desarrollando trabajos de hondura unidos a los análisis  políticos,  en  una época en que pululan bárbaros gobernantes en diversos países.

(El escribidor piensa en Venezuela y siente como propia la amargura del pueblo caribeño tal abandonado a su trágica  suerte).

 Hay en la labor de Sartori largas preguntas turbadoras: ¿Hasta qué punto debe ser la democracia una democracia? ¿Hasta qué lógica debe ser pacifista y tolerante? Siempre, sin olvidarnos que la caverna de Sócrates está colmada de  arcanos, y a  su  vez de una  llamarada refulgente: la libertad.

Mientras, en esta hora de vísperas, el viajero se le antoja hundir los pies  fatigosos en las aguas frescas del Lago  Como en cuyas riberas  pasamos la noche.

Viajar será siempre vivir muchas vidas.



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