Terror en Londres

El atentado del miércoles en el puente de Westminster, Londres, donde todos los que hemos sido turistas alguna vez en esa urbe hicimos obligada parada al estar  contiguo al edificio del Parlamento, nos ha vuelto a demostrar que nadie está a cubierto de esos lobos sanguinarios.

Recordemos que la ciudad  ya fue castigada ferozmente en julio de 2005,  al padecer tres atentados simultáneos con bomba que se saldaron con 56 muertos y 700 heridos, sin olvidar otro más mortífero sobre Inglaterra  sucedido el 21 de diciembre de 1988  contra un vuelo 103 de Pan Am cuando sobrevolaba la localidad de Lockerbie, Escocia. Ese día  quedaron despedazados 270 cuerpos.

Europa  se halla en la mira permanente del fanatismo musulmán irrazonable, y ahora viene el recuerdo de lo ocurrido un 11 de marzo de 2004 con las explosiones de cuatro trenes de cercanías en Madrid   que dejó 192 víctimas.

A partir de ahí, y con más ahínco si eso fuera posible –  que desgraciadamente lo es -,  atentados en Bruselas, Niza, París y Berlín con un recuento de muertos y heridos estremecedor.

La idea espeluznante de la brutalidad yihadista que controla absolutamente el IS (Estado Islámico)  es llevar hasta el final una Guerra Santa contra Occidente - exacerbada en Europa -  siendo la misión primordial  desbocar completamente a sus gobiernos. Difícil será hacerlo, y aún así, la lucha se presenta larga.

Lo hemos recordado con frecuencia ante actos de ese entorno brutal: es sabido que las dictaduras no crean terroristas a  cuenta de  la misma razón que los calvos no tienen piojos. Es necesario que existan  pelo y libertad para que puedan proliferar unos y otros.

 Es más: los intransigentes, siendo enemigos del libre albedrío, viven a expensas de  la democracia que les facilita el clima idóneo para sus mortíferas fechorías.

 No haría falta decir  que la lucha contra esa plaga alienada debe ser general al ser el desafío que se ha vuelto realmente global. La actual  situación es un campo de batalla entre  civilización y barbarie, algo que ya había recordado el escritor venezolano Rómulo Gallegos en las últimas líneas de su obra “Doña Bárbara”.

Amargo futuro si el progreso  no hace frente al enemigo que anhela destruirlo. En el “Libro de la Revelación” que cierra el Nuevo Testamento, se explica el futuro del mundo y  no es nada halagüeño.  Será de esa forma o de otra, depende de las creencias de cada uno de nosotros. Con fe o sin ella, ya que los terribles atentados permanentes están desgarrando al mundo actual. 

En algún lugar de Europa existe ahora mismo un Leviatán preparando el próximo atentado revestido de tal fogosidad,  que la lógica, el sentido común o la moral intrínseca han perdido todo sustento.

Lo hemos escrito otras veces en estas columnas sabatinas: el   terrorismo místico ha venido para quedarse, y su huella perversa irradia afluentes de sangre, hecatombes y aprensiones  dolientes.

Los fanáticos ambicionan asentar los pueblos sobre sus rodillas. La lucha es ardua. Si un país republicano comete excesos –  los hubo en Irak y suceden en Siria – la campaña mediática es temible y no está al mismo nivel a la hora de juzgar las atrocidades de los sectarios.

Actualmente todos somos rehenes del chantaje, y ahora mismo de forma espeluznante, temible. A tal causa, la razón de la lucha contra la brutalidad sin fronteras  debe ser global, puesto que el desafío que representa igualmente lo es.

Todo chantaje de los grupos exaltados, obcecados, no descansará hasta destruir los pilares de la vanguardia liberal.

Si un amplio sector cree  que los hechos terroristas  son pecata minuta, ignoran donde están centrados. Las fierezas del Estado Islámico, con unas creencias varadas en el siglo VII, solamente  anhelan devastar nuestra forma de existencia.

Nadie se llame a engaño: contra el pavor solamente cabe una acción: enfrentarlo. Si se hace caso  de mensajes melosos, medias tintas y paños calientes, siempre vencerá la brutalidad encangrejada y malévola. 

Y algo más: introducir a todos los musulmanes en un mismo costal – sería injusto -,  ya que el fundamentalismo del IS  igualmente  va contra de los propios mahometanos que no aceptan sus disparatadas decisiones, y es con éstos con quienes Europa debe buscar una salida de coexistencia.

Theresa May, primera ministra inglesa, ha dicho no tener miedo. Quizás eso sea la llamada  flema inglesa que el resto de lo europeos deben  asimilar.

 



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