Semana de Fallas

 

La ciudad de Valencia es una invocación incrustada en dos  épocas distintas de nuestra existencia con un lapso por medio  de 40 años.

Aquella urbe de entonces no es la actual y nosotros completamente distintos. Salimos vibrantes de ímpetu   y regresamos a sus calles y plazas con la cellisca del tiempo albergada en la piel.

Antigua capital del reino de taifa Al –Andalus (la Andalucía árabe), actualmente una urbe pujante que no ha dejado arrinconado  su esplendoroso pasado  medieval y barroco.

La semana que comienza en volandas retorna igual a cada año envuelta en  un rito pagano y sacro que se pierde en el tiempo: las Fallas, declaradas ya  Patrimonio Inmaterial  de la Humanidad.

Coincidiendo con los rituales ígnicos de purificación en honor de Vulcano y Plutón, dioses del sol y del fuego, y coincidiendo con fechas que marcan los equinoccios y solsticios del cambio de estación, es igualmente la esencia de  añejas civilizaciones que, con la quema de monigotes de pasta de papel, exorcizaban enfermedades y desventuras

 Cuentan los anales de los relatos que el antecedente más próximo de las fallas – léxico mozárabe  cuyo significado actual pudiera ser tea o antorcha -  “se halla en las postrimerías del siglo XIV, cuando los carpinteros de Valencia juntaron unas rústicas maderas sobrantes de ciertas obras, en honor de su patrón, san José”. Con el transcurrir del tiempo, los sencillos actos tomaron formas y se fueron convirtiendo en “ninots”, muñecos hechos de cartón piedra.

Y así cada 19 de marzo – a las doce de la noche – se realiza la gran “cremá” de las colosales fallas, convirtiendo en pocos momentos  llama y ceniza el trabajo de meses. Esto va acompañado de toneladas de pólvora que convierten ese espléndido espectáculo en una fiesta con retazos sorprendentes.

 Los días anteriores a la “cridá” – fiesta – hay permanente material pirotécnico – pólvora y tracas de nombre   “mascletá” -  estallando con un sonido ensordecedor y fuegos artificiales, convertidos en una sinfonía de luminiscencia y color de una precisión y belleza inimaginables sobre el cielo.

Los “ninots” son un monumento a la ironía,  y cada  falla representa en ellos con  gracia los acontecimientos de toda índole que han sucedido en Valencia, España y el mundo en los meses anteriores. Nadie se salva, ni el Papa de Roma.

Al final “la cremá” – quema -, y es que una falla, expresan los valencianos,  “es sólo falla cuando prende en llamas de fuego”.

Valencia, lo expresa su himno, es “la tierra de las flores, de la luz y del color”, y así la ofenda a la Virgen de los Desamparados, patrona de la ciudad, representa un homenaje de incomparable fe cristiana ante la fachada de la Basílica de Nuestra Señora.

Es en  la ofrenda el momento en que la fallera luce el típico traje de gala con mantilla bordada de encaje, peineta y collar de aljófar en dos vueltas. La vestidura no ha perdido ni un ápice del tradicional que usaba la mujer valenciana en el siglo XVIII. Sin duda uno de los atuendos  típicos más bellos de España.



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