Futuros imperfectos

Determinadas corrientes doctrinales, dignas como casi todo de interpretación y de opinión, sostienen que los resultados del hombre, de la mujer, en la vida suelen estar supeditados a una hoja de ruta de una simpleza escalofriante: un trabajo, una trayectoria, un proyecto, una vida basados en el error están abocados al fracaso.

De entrada, el resultadismo, valorar un calendario por los logros vitales, es una respetable barbaridad. Las vidas anodinas son, muy por lo general, la base de las grandes historias.

Lo desconocido, que no lo misterioso, es lo que mueve desde el cotilleo a la aventura, dos modos francamente diferentes de observar la existencia.

Hay demasiada gente, la mayoría, que no vive por vivir. Hay también supervivientes cotidianos, escépticos de academia y enfermos de solemnidad.

Hay incluso científicos que sostienen que el célebre efecto mariposa es una falacia. Yo, como en aquella tira del Carlitos y Snoopy de Charles Schulz, sospecho a veces que las mariposas son patatas fritas, sin ánimo de frivolizar. Lo que me asustan de verdad son algunas de las sencillas ecuaciones elaboradas bajo la evidencia causa-consecuencia.

En la teoría inicial, la causa errónea llevaría a una consecuencia sin valor, chapucera, residual o de desecho. Ni siquiera la intervención del héroe, en el término más clásico de la palabra, podría enmendar este remedio del determinismo más vulgar (quizás el dedo divino, para algunos teóricos).

Leemos estos días sin demasiado asombro, como solemos leer, que los afectados por el robo de niños durante el franquismo y durante los primeros años de la transición comienzan a denunciar, inician investigaciones a partir de la injusticia y, supongo, que a partir de la curiosidad de los afectados una vez que han conocido la posibilidad de haber vivido en lo que pueden pensar otra dirección.

Esta es la trama de un hecho que atribuíamos casi en exclusiva a los fascismos más descarnados, valga tan imbécil redundancia. Alguien roba un niño en un hospital, alguien o el mismo alguien falsifica u oculta papeleos y uno de esos alguienes comunica a la madre, a los padres, que el niño ha fallecido.

Este comando de traficantes da posteriormente el niño o la niña en adopción a otra familia, se presupone que lo suficientemente pudiente (conocedora o no de las tripas del asunto) como para sostener la cobardía del comando. En Asturias, al parecer, existen ya 24 denuncias al respecto. Seguramente existen muchísimos más casos, aunque sólo sea por el hecho de que esta práctica esta acotada en demasiados años con sus demasiados días.

Lo de menos es el número. Cada denuncia es un universo en el que es muy difícil introducirse. Tiene que ser muy complicado mezclar la canalla con la necesidad de conocer, con la curiosidad indiscutible.

La gran merma no es el caso en sí. Casos que no son nuevos: podemos ir a las dictaduras suramericanas, los deleznables ejemplos de los desaparecidos, los muertos y los vivos, para no llegar al horror de lo innombrable.

La gran carencia es la condición humana, que dudo mucho que tenga que ver con las vidas basadas en el error o con el efecto mariposa.

Harper Lee, pulitzer por su Matar a un ruiseñor , célebre entre nosotros por la película de Robert Mulligan y el personaje encarnado por Gregory Peck, es, su obra, un bálsamo contra la atrocidad de nuestras más escondidas crueldades.

En los colegios estadounidenses es la pomada contra el Kurt de El corazón de las tinieblas . Denunciar la violación, la desigualdad social, el racismo o, dicho de otro modo, condenar los prejuicios, repetir y repetir que la tolerancia es un elemento, como el agua o el viento, no puede con el lado oscuro.

La tremenda carrera del hombre por la ambición a cualquier precio, sus paseos por las cloacas de los miserables, su facilidad para aguantar el hedor subterráneo no hay teoría causa-efecto que lo soporte, ni atenuante que no se avergüence de poder serlo.

Pensaremos que hay cosas más tremendas, que las hay, que hay hambre, guerra, crímenes, droga en el colegio, negligencia en las cárceles, soledad en los asilos, maltrato, terrorismo… Pero estas denuncias por robo de niños en Asturias, en España, vuelven a destrozar inocencias que no deberían serlo, perdidas en una noche más oscura que la de los tiempos. En la noche que habita en la recocina infame del hombre del saco.



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