2013: El año de los viles y el punto de inflexión

Escribir sobre un año ya pasado con motivo del final de un año posterior requiere algún tipo de justificación; justificación que intenta proporcionar este artículo que, todo ha de decirse, se centra en Siria y, en cierto modo, en mi persona.

 

He escogido de los muchos sucesos que presenció ese año de inflexión una serie de hechos a los que nuestro presente está indisolublemente unido. El primero de ellos es el anuncio de la intervención del Hezbollah libanés en Siria, que ya llevaba un tiempo realizando intervenciones menos evidentes. La intervención militar de este partido dependiente de la autoridad del jurisconsulto (velayat-e faqih) en Qom (Irán), por orden iraní, comenzó en Al-Qusair, que limita con la frontera libanesa. En aquel momento, Hassan Nasrallah dijo que sus milicias habían intervenido en Siria cuando los opositores estaban a punto de anunciar su victoria en Damasco, algo que habría sido posible, en mi opinión, a finales de 2012 y principios de 2013; sin embargo, EEUU intervino para evitarlo por medio de sus seguidores regionales, los “Amigos de Siria”. La intervención del partido chií, que no encontró oposición alguna de sus enemigos declarados, llegó en ese preciso contexto. No es habitual en el sistema de Oriente Medio que pase nada a espaldas de los grandes actores regionales e internacionales, como Israel, que no ha dejado de atacar Siria de vez en cuando, siendo el objetivo de sus ataques en todo momento las fuerzas del partido divino.

 

Tras la intervención, llegó la expansión por Siria en favor del proyecto iraní y se pasó de argumentos defensivos como los utilizados en las Cruzadas (por ejemplo, la protección de “los santuarios de la familia del Profeta (por la línea de su hija Fátima)”), a la adopción literal del pretexto estadounidense durante la invasión de Afganistán e Iraq: los atacamos en su territorio para que no nos ataquen a nosotros en el nuestro. Antes bien, la pretensión estadounidense tenía algo más de credibilidad tras el atentado del 11 de septiembre de 2001.

 

En realidad, la intervención se enmarca en la aspiración iraní de expandir su dominio en la región árabe, instrumentalizando a suníes y chiíes como memorias inflamadas, fuentes simbólicas e ideologías justificativas. La gestión de este nuevo conflicto no presenta un reto para los estadounidenses y su socio israelí, pues sigue el esquema de la doble contención en la que se basó la Administración estadounidense durante la guerra irano-iraquí. 

 

El segundo hecho es el ascenso de Daesh, o el fruto del vientre fértil de Al-Qaeda: un ente aún más monstruoso que el Estado Islámico de Iraq, y su líder Abu Musab al-Zarqawi, que degollaba a sus víctimas con sus propias manos. Tras nueve meses de vida, Daesh tomó el control absoluto de Raqqa y otras zonas de Siria, y unos meses después, tomó el control de Mosul en Iraq. Mientras eso sucedía, logró dominar en gran medida a las sociedades locales y los recursos en las zonas que controlaba, mostrando una capacidad asombrosa de puesta en escena en sus asesinatos. Daesh no tiene futuro político, pero su mera aparición en nuestro tiempo plantea duros interrogantes sobre la transformación de la bondad general de los musulmanes en fuerzas de mal, violencia y odio, y sobre la abrupta transformación de la autoridad del Mas Allá derrotado en un Demonio, como ha sucedido en la historia de todas las religiones y las creencias.

 

Su ascenso también plantea interrogantes a los musulmanes y sus sociedades, sobre su capacidad para enfrentarse a las fuentes del mal que habitan en ellas, e invita a la introspección. Daesh puede ser la forma más extrema del islamismo contemporáneo, en cuyo seno se atrofian otras formas, que delegan la respuesta a la dura pregunta que se les hace en la respuesta a este fenómeno al completo. Pero Daesh también puede ser un punto de ruptura y división incurable de nuestras sociedades. Solo una revolución en la religión puede ser la respuesta a Daesh.

 

No hay una conexión causal entre la intervención armada chií, dependiente del jurisconsulto iraní, y la aparición y ascenso de Daesh, pero lo que indican ambos sucesos simultáneos es la desviación de la lucha por el cambio en Siria y el fin de la retórica de la eternidad [1], hacia un conflicto suní-chií extremadamente retrógrado y sumamente costoso, que parece que durará mucho tiempo.

 

El tercer suceso fue el golpe de Al-Sisi en Egipto aprovechando las poderosas protestas populares contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes. Los intentos de “hermanización” del Estado habían provocado un sentimiento de humillación entre muchos egipcios, y estimulado el aumento de puntos de resistencia. Lo cierto es que hay un elemento patriótico en la resistencia a la islamización en Egipto (y otros países) que no parece que los islamistas puedan adoptar: nuestros países, y especialmente Egipto, son menos islámicos de lo que piensan, y más “nacionalistas” y terrenales. No obstante, se ha aprovechado la resistencia nacional al universalismo islámico en beneficio de un golpe que ha impuesto un gobierno militar, y que se ha autorizado a sí mismo, sin ponerse límite alguno, a enfrentarse a la sociedad egipcia y no solo a los islamistas. El capítulo de la revolución quedó rápidamente cerrado, con una amplia connivencia de parte de la clase media egipcia, presa del pánico; sin embargo, el nuevo gobierno no ha podido establecer relación con ninguna causa general egipcia, o ayudar a resolver cualquiera de sus problemas sociales y económicos. El gobierno de Al-Sisi ha causado una verdadera derrota a los Hermanos y se ha afanado en poner fin al capítulo de la revolución y su recuerdo. En el nivel regional, el golpe supuso un cambio cualitativo en favor de la contrarrevolución, algo muy conveniente para el poder asadiano en Siria.

 

El cuarto suceso es la matanza con armas químicas en la zona de Al-Ghouta en Damasco, y el vergonzoso acuerdo que la sucedió. Es difícil encontrar algún suceso más vil en la historia del sistema internacional contemporáneo. Tras el asesinato de 1.466 seres humanos en una hora y tras haber traspasado la línea roja de Obama, él mismo se afanó en rehabilitar al asesino internacionalmente para que continuara asesinando por otros medios. Fue Israel quien inspiró el acuerdo apañado entre EEUU y Rusia, como bien es sabido, algo que sirve de recordatorio, para quien lo haya olvidado, de que tenemos una fuente caudalosa de maldad que se ha dedicado durante toda su historia a acabar con nuestra vida y asolarla, y que ha servido de modelo de destrucción y genocidio a los espectadores regionales, entre los que destaca el Estado de los Asad.

 

El gran milagro que han logrado las políticas del acuerdo químico ha sido que las mismas armas químicas estuvieran entre las otras armas que los químicos del mundo permitieron usar al químico local. El portavoz del acuerdo dijo: el Estado de los Asad ha entregado sus armas químicas prohibidas internacionalmente, y nosotros, “el mundo”, no podemos hacer nada, a cambio de este compromiso, si utiliza contra quienes se han rebelado en su contra otro tipo de armas, incluidas las armas químicas prohibidas que le hemos arrebatado. Tras despojarlo de sus armas químicas, el Estado asadiano ha utilizado de hecho armas químicas en decenas de ocasiones, pero en puntos que no avergüencen a los Obamistas y sin cruzar el umbral que sonroje sus mejillas (o sus líneas).

 

Una década antes de la matanza asadiana con armas químicas, se ocupó y destruyó un país con el pretexto de unas armas químicas inexistentes. Una década después, se renueva el mandato de una mafia sobre sus gobernados a pesar de haber usado armas químicas en su contra. “Oriente Medio” es un mundo que gobiernan dioses de humor cambiante.

 

2013 fue también el año en que se terminó de mutilar la revolución democrática siria por parte de los diversos tipos de islamistas que han completado el trabajo del Estado asadiano en ese sentido. Daesh en Raqqa y Deir Ezzor y algunas zonas de Alepo; el Frente de Al-Nusra en zonas de Alepo e Idleb; y el Ejército del Islam en Al-Ghouta oriental. El suceso más representativo de todo esto es el secuestro de Samira Khalil, Razan Zaitouneh, Wael Hammada y Nazem Hamadi la noche del 9 de diciembre de 2013, a manos de la formación salafista llamada “Ejército del islam” en Duma, en Al-Ghouta oriental, una zona que había sido testigo de la matanza química. Samira y Razan la habían presenciado. Ese mismo año, y en relación con lo anterior, fue el año de la destrucción de las coordinadoras locales, las nuevas y novedosas formas de trabajo revolucionario, que reunían la actividad de protesta, la política y la humanitaria, entre las que destacaban los Comités de Coordinación Local.

 

Antes de 2013 y durante casi dos años, se hablaba de revolución y guerra civil en Siria. Nuestra guerra civil terminó, pero no comenzó, en Al-Qusair en la primavera de 2013, donde se inauguró en el ámbito sirio la era de los guerreros religiosos del odio, suníes y chiíes. Desde la intervención estadounidense en septiembre de 2014, y la rusa un año después, el tiempo de los guerreros de la religión se insertó en el tiempo de los nuevos controladores imperialistas.

 

El denominador común de los cinco sucesos es la flagrante mezquindad de todos ellos: la participación del partido dependiente de Irán en el asesinato de los sirios que habían recibido y apoyado a sus refugiados en el enfrentamiento a Israel en todo momento; la flagrante mezquindad de la violencia de Daesh y su modelo social y político -mezcla de la criminalidad del colonialismo, de una organización terrorista y de un sistema totalitario-; la vileza del golpe de Al-Sisi contra la revolución de los egipcios y el cierre de dicho capítulo; la excepcional vileza del acuerdo químico y de los socios ruso y estadounidense; y por último, la mezquindad de los grupos salafistas que son la continuación de la destrucción por parte del Estado asadiano de la lucha democrática de los sirios.

 

2013 fue el año de inflexión. 

 

[1] Se refiere a la pretensión de los Asad de ser líderes eternos.



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