Parábola, reflexión, observación

Un par de socios poseen una tienda que vende un producto único en la comarca. Rota la asociación, quien se separa inaugura un establecimiento para facilitar la idéntica mercancía a la misma clientela. Obviamente, el objetivo de cada uno de ellos será el de hacerse con la totalidad de los veceros, hasta conseguir que el otro cierre.

Esa es la batalla que se ha establecido entre el partido de Cascos y el PP. Y, desde el momento en que el Foro ha obtenido una cierta supremacía sobre la casa matriz en las elecciones municipales y autonómicas, se han intensificado ese objetivo y su práctica. De ahí que se haya negado a establecer con el PP ningún acuerdo que permitiese a éste actuar como «de igual a igual», o, más aún, como una fuerza «realmente existente» en  Asturies. El cálculo de los casquistas fue que el PP, puesto en la tesitura de tener que entregar sus votos a cambio de nada, saldría siempre perdedor ante el electorado de derechas: si entregaba sus votos gratuitamente, porque aparecería como una fuerza inane, una «ancilla domini» cuya única existencia sería la de ayudar al señor; si no lo hacía, porque se los vería como culpables de traicionar a la derecha y apoyar al PSOE. En esa línea, los rumores difundidos sobre pactos entre PSOE y PP tuvieron la utilidad de apretar aún más el dogal en torno al cuello del PP.

El plan para los meses inmediatos es evidente, y consiste, en lo que se llama en términos militares «la explotación del éxito» (o, en otros términos, evitar el «error Aníbal»): por un lado, estimular la defección y el sálvese quien pueda en la militancia del PP, lo que es fácil dada la tradición montaraz e individualista de la derecha asturiana y su escaso sentido de pertenencia a un colectivo (sentido, por cierto, que solo el señor Cascos consiguió hacer medrar en su día), como se ha visto en la constitución de los ayuntamientos; por otro lado, acentuar en el votante la idea de que el PP es una fuerza irrelevante en Asturies y de que lo que de él subsiste obedece únicamente a intereses particulares.

Y, ahora, la reflexión. Un mes antes de los comicios, una compañera de trabajo —culta, de mediana edad— me preguntaba si no se arreglarían después de las elecciones PP y Foro, porque estaba convencida de que lo harían. Yo le contesté que eso era muy difícil, casi imposible, porque tal es la «física» de las cuestiones humanas y sociales: si habían roto, era para competir a muerte. Y ella manifestó, entre la incredulidad y el pasmo, «Pero, ¿y los votantes…? ¡Se tienen que arreglar!». Mi compañera, como muchos enfotaos del PP, pensaba que la pugna entre las dos facciones de la derecha no era más que una especie de competición amistosa, de charada temporal, de «primarias», que se resolvería después con avenencia y sin mayores daños. A partir de estos momentos, sin embargo, esos ciudadanos van a tener que decidirse entre su fidelidad histórica al PP y la nueva derecha hegemónica en Asturies. Sean cuales sean ahora sus sentimientos, las generales van a suponer para ellos una dura prueba, porque en sus emociones, para aquellos de quienes hayan votado a Foro, va a entrar una nueva componente: la posibilidad de gobernar en el conjunto de España y hacerlo, al tiempo, con mayoría. Esa va a ser también una prueba decisiva para el proyecto de Álvarez-Cascos, en la medida en que consiga atraer ahí una serie de fidelidades, las pierda para siempre, o las conserve divididas en dos compartimentos emocionales distintos: el asturiano, el estatal.

Un par de observaciones, a propósito de la conducta de una gran parte de los votantes históricos del PP ­—vuelvan, por favor, a releer la frase de mi compañera— y sus fantasías sobre el significado de sus actos. En primer lugar, la visión metafísica del mundo, su suposición de que un par de cuerpos que pugnan (y con no escasa violencia) por ocupar un mismo espacio no son en realidad dos, sino uno solo e idéntico. (Seguramente, dada esa condición, para muchos de estos ciudadanos el misterio de la Santísima Trinidad no sea más que un pasatiempo de niños que no encierre dificultad de entendimiento alguno). El segundo, la conducta irresponsable de los votantes en general, que rompen el jarrón y esperan que después alguien lo arregle. (Esa irresponsabilidad del votante —por cierto, escasas veces señalada— es una de las más notables características de la democracia: no es ya que se pretenda sólo responsable ante Dios o ante la historia, es que no lo es, ni siquiera, ante sí mismo; de ahí que culpe de sus actos a quienes él puso ahí, a los políticos, sin atribuir a su mano ni una parte mínima de causalidad. El ejemplo más evidente de ello es el del número de electores que, cuando las cosas van mal, ¡no se acuerda de a quiénes ha votado él hace tan solo dos o tres años!)

Una observación final. En todo este debate y pugna sobre Foro y PP no se maneja más que un parámetro. En las conductas, en las personas, en los argumentos, en las ideas, en la composición de los grupos, en las desafecciones, en los puyazos: «la derecha». Esa es la única realidad en que todo se mueve. De modo que quienes han prestado sus votos a la formación casquista por razones ideológicas o emocionales distintas estarán empezando a pensar que, de no cambiar las cosas, en todo este proceso ellos no significan nada, que su papel habrá sido meramente el de compañeros de viaje…

Y se me aparece Abrilgüeyu. Se contorsiona y carcajea de tal forma que creo —no sin un punto de esperanzada satisfacción­— que va a descoyuntarse.

—¿Crees que lo mío ye muncho? —me dice.

—Pues nun ye nada en comparanza coles contorsiones y gargayaes que tán dando n’otros sitios. Pamidea que dalgunos, mirando p’atrás, cuerren el riesgu de morrer de risa, como-y pasó a aquel filósofu griegu, Crisipu de Soli, que reventó riendo al ver un burru borrachu comiendo figos.



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