Paciencia y humildad

Toleramos que se asentaran gentes como las que hay en determinados puestos para los que no sirven y cuando llegó el momento de dar la nota, la dieron, como era de esperar, desafinada.

Paciencia y humildad.

Hay que empezar por abajo, por los cimientos, unos en que sea posible asentar estructuras sólidas, duraderas, útiles.

Imaginación.

Tenemos que rebuscar y entresacar a los mejores. Los mejores en seguida entienden por qué tienen que servir. Los mejores entienden mucho mejor que los ocasionales depredadores del poder y la riqueza, que en cuanto se presentan, se les está viendo el plumero.

Suelen ser vanos, vacuos, aprovechados. Tienen prisa.

Los mejores, cuando son piezas complementarias, aunque parezca mentira, son capaces de entenderlo. Aprenden con sorprendente prontitud a jugar en equipo. Esa asignatura que suele ser para las aprovechadas aves rapaces del poder como las “mates” mal explicadas para los adolescentes.

Hay muy poco enseñante capaz de explicar filosofía, griego, latín o matemáticas. Para dar clase a otros de filosofía, griego, latín o matemáticas, hay que ser un vocacional de la enseñanza y de la enseñanza de estas materias en concreto. Básicas para una mentalidad abierta, para una apertura a la curiosidad universal.

Eso y jugar en equipo, nos falta a muchos por haber aprendido cuando fue hora. Para algunos ya es tarde. Otros llegan tarde, mal y nunca a este aprendizaje y les cuesta, pero hacen esfuerzos y se advierte en seguida que aún pueden servir.

Hay cosas, materias, conocimientos, que el maestro tiene que compartir con el discípulo. No se trata de exigir que el discípulo se rompa la cabeza contra las dificultades, sino de irle abriendo las puertas de la curiosidad y descubriendo los mecanismos, los resortes, las claves. El discípulo no es ni una víctima ni un rival, sino alguien con quien compartir el doloroso camino de la búsqueda, la satisfacción del hallazgo, la alegría del conocimiento. Un maestro se realiza y completa cuando el discípulo es ya capaz de sorprenderle con sus deducciones, un paso más adelante de lo que el maestro sabía.



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