Regresados de Japón cuentan desgarradoras historias

Regresados de Japón cuentan desgarradoras historias

 

10 familias argentinas, 10 historias de vida. Habían ido ilusionadas a Japón, desafiando el desaraigo en una cultura tan lejana como extraña, hasta que la desesperación por sismos y radiaciones, la desconfianza ante informaciones contradictorias en una lengua e idiosincracia fuera de su alcance las aislaron.

 

 

Se abrió la puerta del piso 11 del Palacio San Martín e ingresaron matrimonios y niños recién llegados de Tokio por haberse acogido al ofrecimiento del gobierno nacional de facilitarles el regreso tras el terremoto y tsunami del 11 de marzo pasado.

Héctor Timerman les dio la bienvenida y se acomodaron frente al enorme ventanal a contar las historias que los decidieron a emprender el retorno al país luego de afrontar el azote telúrico que conmovió los cimientos nipones y sus lejanos sueños e ilusiones.

Distendido, el ministro les preguntó dónde estaban cuando se produjo el gran sismo, y tímidamente una joven descendiente que se radicó en el país de sus padres durante 12 años aflojó el protocolo: “Yo estaba a 45 minutos al sur de Tokio. Mientras duró el terremoto y hasta en los otros más chicos no podíamos tranquilizarnos porque se rompían los vidrios y no podíamos ni afirmar los pies para escapar, por lo que nos hacían dormir con zapatillas. Una pared se cayó al lado mío”, narró.

Timerman reflexionó: “Era para nosotros muy difícil qué hacer, porque teníamos un avión por día pero no todas las familias estaban preparadas. ¿Hacía mucho que estaban?”

La misma mujer responde: “12 años, nunca había vuelto. Estoy perdida, como si no fuera mi país. Siento emoción, vi todo cambiado, mis hijos están grandes.

Al lado, uno de los jefes de familia se incorpora a la charla: “En mi caso estuve 16 años y una sola vez volví. Ahora se estaba poniendo la vida difícil en Tokio, lo del terremoto parece todo controlado, pero me llevé otra impresión, no estaba muy convencido, por lo que escuchaba, estaba viendo otras cosas, que podía repetirse, y así decidimos regresar”, sintetiza.

El canciller gasta una broma: “Los chicos no conocen, espero que alguno se haga hincha de Boca, aunque ahora no andamos bien”.

A medida que toman confianza, empiezan a soltar los temores que los llevaron a tomar la decisión de volverse, igual que hicieron o están en vías de concretarlo los que suman el número de 176 regresos asistidos que contabiliza la Cancillería. Inclusive, para agilizar los trámites, reforzaron la representación en Tokio con tres enviados de Buenos Aires.

Una tonada litoraleña se escucha a modo de justificación de la decisión de pegar la vuelta: “La situación no está controlada ni lo estará jamás después de todo esto, pero la incertidumbre que tenemos no pasa por eso, sino por la radiación, que es lo más letal en este momento, y lo que más nos afligía”.

Agrega: “La falta de comida y todo eso es momentánea, pero algunas cosas se les escaparon de las manos y ya no se podrán normalizar”.

¿Y allí el trabajo y todo eso se perdió, no?, pregunta el ministro.

La muchacha descendiente de japoneses enfoca el tema por el lado que más llama la atención al mundo, que asombrado veía en las imágenes televisivas el modo especial en que se vivió la tragedia en Japón: “Lo que más me preocupaba es que el japonés tiene una mentalidad según la cual la adversidad es una oportunidad y nosotros no la tenemos, al menos yo no, en los 12 años que estuve”, afirma con conocimiento de causa.

“Van a aprovechar esto para levantarse y para ser más fuertes que antes. A mí me hizo sentir muy culpable irme en una situación así, pero por otro lado no llegué a tener nunca esa ideología y transformar eso tan negativo en una mentalidad positiva”, alega resignada.

Un trabajador oriundo de Claypole que fue a probar suerte en una fábrica cuenta los pormenores que rodearon su determinación de regresar: “Éramos tres argentinos, de los que dos nos volvimos. El otro se fue para una ciudad del sur. Unos compañeros brasileños, peruanos, paraguayos, buscaban la forma de volverse a su país. La fábrica estaba hundiéndose, nosotros de japonés no hablamos nada, sólo lo básico, y nos daba incertidumbre ver las noticias, la forma en que manejan la cantidad de radiación que hay: en un lugar lo manejan de un modo, en otro de otro”, explica.

Grafica además que “lo único que se ve es que se acerca la radiación, y como yo tengo una hija chica, estaba ahí, muy cerca, atento a que avisaban que los infantes no tenían que consumir agua. Estaban con la noticia de que no ocurría nada, que había poca radiación y se podía comer espinaca, pero resulta que estaban destruyendo las plantaciones de espinaca…”.

Continúa: “Le preguntaba a mi profesor de japonés cómo veía la situación, él que es de ahí. Yo no entiendo de plantas nucleares pero las estaban controlando sólo con agua… ¿cómo las habían hecho? Se notaba que había un error muy grande; él no sabía qué decirme. Entonces, veía las noticias e igual seguía trabajando, con el terremoto y todo, pero cada día se notaba que esas plantas nucleares estaban cada vez más destruidas, ahí fue que decidí apurar los papeles y volvernos”.

Empalma la vivencia otro de los repatriados. “En el primer terremoto no llegaron a romperse las cosas, tuve todo un día así y a la noche no se podía dormir. Viví tres años acá. Después del de Chile, sucedió uno muy cortito: fue el susto y nada más, lo pasamos, pero en este caso vino el terremoto, después repitió, después las réplicas. Nos quedábamos en la puerta de la casa con los papeles y los bolsos, dormíamos con las zapatillas puestas, no por los vidrios rotos, sino por si había que salir corriendo. Era muy extraño vivir de esa forma, estar durmiendo y pendiente de dónde está tu hija para salir corriendo a la puerta”, dice angustiado.

Las réplicas todo el tiempo sucedían, la pesadilla nunca terminaba. “Parecía como si el terremoto tuviera horarios. Uno a la una de la mañana, otro al mediodía, otro a tarde y a la noche, entonces, se dio una suma terrible de circunstancias que no permitían seguir viviendo ahí”, argumenta su retorno.

El trabajador de Claypole se anima y continúa dando detalles: “Yo le decía a mi esposa, salgamos a caminar un poco, porque veía que todo el mundo quería que se normalizara la situación al otro día. Fuimos al supermercado, no había nada, estaba todo vacío, así ya nos pusimos nerviosos. Después estaba el problema de los combustibles, hacías largas colas en las estaciones de servicio. Dijimos vamos a tranquilizarnos, fuimos a comprar algún elemento no perecedero para el caso que se caiga la casa”, menea la cabeza.

La gran ilusión de vivir una experiencia laboral del otro lado del meridiano, hacia el sol naciente, con una cultura y lengua diferentes, quedó echa añicos con el terremoto, el tsunami, las réplicas y la fuga radiactiva y desandar el camino fue la consecuencia lógica: “En mi caso, había ido a Japón a trabajar un tiempo, a quedarme dos años, así que la decisión fue no más volver. Cuando estás durmiendo y tenés que levantarte de golpe pensando por tu vida, es extraño”.

El temor afloró en su más cruda expresión: “En el área próxima a la del desastre están sacando muchos refugiados, ya hay zonas que no se pueden habitar, y si se extiende ahí sí se va a ver afectado el resto de Japón. Las fuentes de trabajo están comprometidas, hay argentinos que se movían por su cuenta en el norte, que por teléfono me decían estaban inmovilizados por la falta de combustible y que la fábrica en la que trabajaban estaba parada, sin que tampoco pudiera salir producto alguno”.

La descendiente de nativos también destaca la angustia que representaban los cortes de energía programados por sectores: “No sabíamos qué hacer en el horario que tocaba en la zona en que estábamos, ahí se habían establecido para las 6 de la tarde, cuando ya oscurece en invierno; no conseguíamos ni vela ni linterna, ni nada para alumbrarse adentro de la casa. Estábamos esperando que el parlante dijera que venía el tsunami, porque el departamento estaba a cinco cuadras del mar y no teníamos radio ni nada para enterarnos qué ocurría. Sentíamos terror de no poder llegar porque vivimos en una planta baja y corríamos peligro de quedar atrapados por la entrada del agua”.

Tampoco podían salir de la zona por falta de medios, no se podía cargar nafta, ni viajar, recuerdan.

En ese instante se entera de la propuesta del gobierno de costear el viaje de regreso, que le llega de una manera insólita. “No sé cómo un medio de Argentina supo mi teléfono y me avisan que se había hecho un programa para los que estábamos en el extranjero del que yo no estaba ni enterada. Como era un peligro enorme quedarnos cerca del mar, aunque sabía que el epicentro estaba en Fukushima, hicimos uso de la opción. Ya había habido otros tres o cuatro movimientos en el año pero las cosas no se caían ni se rompían”, completó.

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