Mou

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Con el mapa económico europeo resquebrajándose y los mercados financieros en pleno ataque de nervios, los telediarios dedican un 25 por ciento de su tiempo a diseccionar el episodio de Mourinho metiéndole un dedo en el ojo a Tito Vilanova, quien por cierto pasará a la historia por ser víctima del portugués y no por haber colaborado estrechamente a que el Barça de Guardiola haya conseguido 11 títulos. Los lectores del periódico de mayor tirada del país han hecho que el ránking de las noticias más vistas sea encabezado por la historia de Mou, seguida muy de cerca por la huelga de futbolistas. Ha nacido pues, en medio de la revolución del templo del dinero, una estrella misteriosa: la huida al circo de las pasiones. Toda la modernidad elaborada en las últimas tres décadas regresa, como si viajase en el anillo de Moebius, a puntos de partida tan estridentes como interesantes. La primacía del ocio porque sí  sobre la necesidad de equilibrar la vida para comprar precisamente ocio puede calificarse de peligrosa en el actual estado de las cosas. Sin llegar a la demagogia más que barata de quien reprocha a los jugadores de fútbol una huelga en un país de cinco millones de parados, y respetando la condición del trabajo del futbolista y su relevancia social, no deja de ser curioso que el problema laboral más leído de nuestro país sea el del balompié. El celebérrimo debate de si los medios deben dar al consumidor lo que deseen o si deben actuar como vigilantes responsables de una visión honesta de la realidad explota ante tales premisas. Los telediarios y los grandes diarios se han echado en los brazos de una audiencia febril, desorientada ante un paisaje que sin serlo se vende como apocalíptico. Estos no son los tiempos que nos queríamos dar. La solidaridad, la honestidad y la búsqueda de la felicidad por el camino más correcto son conceptos antagónicos a esta realidad mediática que ofrece el lado oculto de la vida como si se nos escapase el tren.

 

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