Perdidos en Bueño

Perdidos en Bueño

En ‘Pérdidos en Brujas’, una entretenida película del excelente dramaturgo de origen irlandés Martin McDonagh, dos asesinos a sueldo se esconden en la Venecia del norte por motivos que no vienen a cuento, y si no vayan a verla, que diría el gran Alfonso Sánchez. La otra tarde fui con un buen amigo a Bueño, a la clausura del certamen de cine al aire libre que organiza la Asociación Cultural de la localidad, un ejemplo de inquietud en estos páramos siempre reticentes al riesgo cultural y al debate bravo. Los dos amigos no somos, evidentemente, asesinos a sueldo, pero nos perdimos. Fue sólo durante unos instantes, un  par de minutos quizás, pero nos perdimos. Parodiando sus propias iniciativas,  Bueño es un mapa al aire libre. En un laberinto de belleza, el pueblo culebrea una y otra vez en círculos que supongo se devuelven a sí mismos, también  una y otra vez. En un campo de hórreos se esconden las casas de piedra, abiertas de par en par, que dejan pasar la luz hacia la calle en lugar de esconder las farolas con las cortinas. A Bueño se asoman con asiduidad personalidades de la gran cultura en lo que parece ser un acercamiento de la celebridad bien entendida a unos centenares de personas que disfrutan con el aprendizaje y con la condición de anfitriones. El Bueño Jazz de este año puede presumir de haber programado a Terence Blanchard (sí, es verdad), y el certamen de cine al aire libre, clausurado este viernes pasado, ha contado con la presencia de José Luis García Sánchez, un  aparecido de carne y hueso de la mano del ínclito Juan Gona, uno de los ‘hombres milagro’ del cine español. García Sánchez es un ángel caído matizado por su propio ingenio y el de sus amigos. Léase Rafael Azcona y su tropa habitual, en la que se entrelazan presencias como la del mismo García Sánchez, Vicent, David Trueba o Cuerda. Este ácrata de salón que milita con el talento de ver las cosas desde su exclusiva óptica, valga la perogrullada, es uno de los últimos intelectuales que no consideran parco el rojerío. En un contexto distendido, su discurso es un guión voluptuoso, amable y divertido, cargado de intención, de humor y de sabiduría. La experiencia, las heridas y el trabajo intelectual han dejado en García Sánchez un desparpajo original, atractivo, tal vez  insobornable. Quizás empapado de Valle-Inclán y quizás también rodeado del ejército de personajes que pueblan sus películas, que trasiegan por sus guiones compartidos, José Luis García Sánchez se percibe imprescindible en la dignidad del cine. Merece la pena, sin duda, perderse en Bueño.

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