Perversión de los tebeos

Perversión de los tebeos

Las universidades de verano son a veces como los palacios de invierno. Cuando hablan los zares la gente escucha como si legislaran y la prensa, que suele estar canina, amplifica una lección sin pretensiones hasta convertirla en culebra de verano.

Felipe González ha dicho en una de estas aulas de sangría sin gaseosa que es socialista, pero que está perdiendo la simpatía por el PSOE. Los popes de la tribu, por muy aspirantes que sean a los libros de historia, no se caracterizan por tener la textura de la discreción. Eso sí, suelen ser oportunos, lo más alejado de la certeza cuando se trata de defender causas o apoyar a los compañeros, seriamente afectados desde el 15/22-M. Por lo general, la voluntad traiciona los principios cuando uno se cree en estado de libertad por experiencia y edad.

 

La sensibilidad del número siete es difícil de explicar con palabras, incluso con fórmulas más o menos científicas. Ni siquiera las artes plásticas tradicionales alcanzan a representar con una fiabilidad inapelable cuestiones tan poco conocidas como la incomprensión reiterada de las plantas o la inconsciencia de una raíz cuadrada. Quizás las soluciones más cercanas a problemas tan etéreos estén en los cómics de nuestra infancia. La poca destreza que tenemos para conversar ha hecho también que un tanto por ciento excesivamente elevado de nuestro lenguaje sea onomatopéyico. Así como el tebeo se enriquecía con los bocadillos que encierran expresiones tan populares como bang!!, sploom!!, ras!! o pum!!, nuestro lenguaje doméstico se empobrece por el uso excesivo o por la mala utilización de las onomatopeyas, esos tal y cual pascual, ni fu ni fa y etcétera con que edulcoramos el discurso de los días laborables. El cómic, ese mundo transversal que nos hizo héroes y villanos, se asemeja con el tiempo al paraíso escondido, un lugar para perderse y para cambiar los horarios y los calendarios por la ficción trepidante de las líneas, los trazos y el color. La felicidad de un cartel o la fiabilidad del viento saltan de viñeta en viñeta en un mundo feliz y perdido de antemano. Nadie se queda a vivir en los tebeos, es un placer de pasaba por aquí. Habitar la calle del Pez, los países que no existen, la lluvia que no moja y las lágrimas pintadas son vivencias extraordinarias, sumamente ficticias pero que actualizamos a una realidad voluntaria, más amable que el realismo bestial de nuestras vidas.

 

Dormir se llama zzzz, comer se llama ñam-ñam y un portazo se llama plam!! Los personajes de cómic muy pocas veces tienen éxito en la animación, cuando hablan no solemos reconocer la voz que no existe, la del papel. Ni reconocemos los ruidos ni las señas de un lenguaje aprendido de la nada y hacia la nada. El sueño profundo es un tronco y un serrucho. Así, disculpen por la supertransgresión, son los estadistas que han compartido nuestras infelicidades. Felipe González y José María Aznar, los más ilustres conferenciantes que la sotrabia política española ha deparado, son personajes de cómic enredados en un bosque de onomatopeyas y bocadillos. Mensajes en una botella de quina sanclemente. Aznar dice con una mano que España es la gran lacra de Europa y con la otra exige a capa y espada una actitud patriota. Desde sus puntos de vista, flaco favor a su propio discurso, vaya por Dios.

 

Lo de Felipe González es otro asunto en el mismo laberinto. “Soy militante y no simpatizante, cuando lo normal es lo contrario”. Esto es el rizo de la coherencia. Por si había dudas, que no las hay, acerca del mensaje, González abunda en que se ve como jarrón grande en apartamento pequeño, “un jarrón que estorba porque dice cosas” , y justifica a su rival: “Pobre Aznar, no va a estorbar poco…” FG fue siempre amigo de pretender axiomas desde aforismos. Uno de sus grandes éxitos es el célebre gato blanco, gato negro lo que importa es que cace ratones. La pancarta del pragmatismo felipista nació en China pero ha sido eslogan de cabecera para muchos políticos, y no sólo socialistas. De hecho cuando a Zapatero le ha llegado la hora de sacarlo del cajón de la mesilla se le ha vuelto en contra y prácticamente ha terminado con su carrera, como los roldanes y los gales acabaron con la de González. Estos gatos ya no cazan ratones. Las palabras, queda dicho, son amigas de los poetas y de los cantautores buenos. Los oradores se equivocan demasiado a menudo, sobre todo cuando quieren demostrar que el agua está cansada o explicar la neutralidad de las ciudades, cosas éstas que deberían integrar los programas de las universidades de verano o amueblar los palacios de invierno.

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