La cuenta atrás

La cuenta atrás

Hubo un tiempo en que las destartaladas DKW, los melenudos y las valquirias asombraban, e incluso escandalizaban, a los nativos en Pamplona. A su vez, los aventureros australianos y estadounidenses y las suecas que llegaban en caravanas psicodélicas alucinaban con las costumbres de la tribu pamplonica. Hoy, todo evoluciona, la confluencia ha convertido el encuentro en un mestizaje explosivo, relativizado por unas buenas maneras adquiridas. La fiesta es demasiado previsible en conjunto pero mantiene las incógnitas de los corazones solitarios que aún esperan noticias de la exageración. Nueve días, a 24 horas el día, sin freno, sin apenas normas escritas, la fiesta ha madurado y pese a que haya perdido la condición de espectáculo para espectadores (ahora todos se funden en una confusión de difícil delimitación), conserva lugares, momentos y emociones muy fuertes, y conserva costumbres desconocidas para las televisiones y los documentales, costumbres que se pierden en las décadas de cuando todavía se podía mantener una conversación en la terraza de un bar. El 5 de julio, como siempre, el aire se detiene y la respiración se contiene entre tímidos intentos de protagonismo. El minuto de gloria de cada uno se diluye en la espera hasta el estadillo del gigante que marca el camino a la intemperie, a la bendita vorágine de la vida enmarcada en las fotografías de la juventud

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